“No hemos terminado de repetir a Spinoza: la negación de toda trascendencia. Todo está aquí. Con esto tenemos bastante para sufrir como para gozar. Los otros mundos no son sino modos de ser del único mundo que es el nuestro”. Mariano Peñalver, "Ni Impaciente ni Absoluto o cómo disentir de lo único", Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2004, p. 202
Wednesday, May 21, 2014
Luis Roca Jusmet reseña en su blog "Foucault y los historiadores" (1988), de Francisco Vázquez
En el blog "Materiales para pensar", puede encontrarse una reseña del libro de Francisco Vázquez, Foucault y los historiadores. Análisis de una coexistencia intelectual, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1988, redactada por Luis Roca Jusmet. Se trata de una oportuna reflexión sobre la "revolución historiográfica" foucaultiana, cuando se cumplen 30 años del fallecimiento del filósofo francés.
Sunday, May 18, 2014
Francisco Vázquez reseña, en la revista Pensamiento, "La norma de la filosofía", de José Luis Moreno Pestaña
Se ha publicado en Pensamiento. Revista de investigación e información filosófica, 70, nº 262, 2014, pp. 218-220, una recensión de Francisco Vázquez sobre La norma de la filosofía. La configuración del patrón filosófico español tras la Guerra Civil, de José Luis Moreno Pestaña. Reproducimos, debajo, el texto de la recensión:
MORENO
PESTAÑA, José Luis. La norma de la filosofía. La configuración del patrón
filosófico español tras la Guerra Civil, Madrid, Biblioteca Nueva,
2013, 223 pp.
Este libro ofrece al lector una reflexión
olímpica acerca del presente de la filosofía española. Pero para entenderlo en
sus justos términos, ese presente es afrontado en toda su densidad temporal,
como si se tratara del precipitado de una herencia anterior, con sus fracturas,
desplazamientos y continuidades. La herencia en cuestión la constituye el
orteguismo. Este no se identifica con la escuela de Madrid, cuyos brillos se
apagaron tras la Guerra Civil, ni siquiera con las ideas de su jefe de filas.
El orteguismo no es una doctrina sino un modo de ser filósofo y de practicar la
filosofía. Esta se identifica con un quehacer abierto e híbrido, una reflexión
de segundo orden a partir de las prácticas cotidianas y de los discursos
científicos en el interior de una determinada circunstancia histórica. En este
maridaje con los saberes, el orteguismo destaca la colaboración con las
Humanidades. Las disciplinas humanísticas revelan el condicionamiento social e
histórico de las construcciones filosóficas, mientras la filosofía pone al
descubierto, mediante conceptos, los supuestos impensados desde los que operan
las Humanidades.
Pues bien, el libro narra, en cierto modo, el
destino histórico de este patrón orteguiano en la filosofía española posterior,
desde la Guerra Civil hasta el final de la Transición. Para ello selecciona,
analiza y contextualiza en profundidad una serie de debates teóricos que han
jalonado las distintas etapas de este proceso. El debate, la controversia, se
transforman así en observatorio privilegiado a la hora de sondear distintos
estados del campo filosófico español en diferentes momentos críticos.
El instrumento utilizado para moldear esta
reconstrucción histórica lo constituye la sociología de la filosofía. Aunque
formalmente esta disciplina es de factura reciente y se vertebra a partir de
metodologías diversas (sociología de las redes intelectuales de Randall
Collins, sociología de los campos de producción intelectual promovida por
Bourdieu y sus discípulos, sociología de las estrategias argumentativas
practicada por Martin Kustch), Moreno Pestaña encuentra su inspiración en el
programa orteguiano. Este implicaba rechazar una concepción cerrada de la
actividad filosófica, entendido como construcción de sistemas conceptuales a
partir de la exégesis de los textos que componen la tradición. Semejante
planteamiento presupone que la filosofía está constituida por un corpus textual
autosuficiente, cuya validez es independiente del contexto histórico en el que
se formula. Tal actitud, que implica el desgajamiento del sistema filosófico
fuera de su peculiar circunstancia histórica, es lo que Ortega identifica y
rechaza como “escolástica”. El contenido del sistema en cuestión es
irrelevante, puede tratarse de Durando de San Porciano o de Antonin Artaud.
Con estos mimbres el autor traza, en la
Introducción, un programa completo de los problemas y dificultades que debe
afrontar la sociología de la filosofía entendida como prolongación del
ejercicio de reflexividad que define a la actividad filosófica. Diseña así un
mapa muy afinado para sortear ese campo de minas que implica la lectura de textos
filosóficos, una guía para esquivar los precipicios paralelos del reduccionismo
filosófico y del sociologismo. Este apartado introductorio está plagado de
sugerencias, ofreciendo una amplia panoplia de herramientas para el
historiador: significatividad de las luchas fronterizas (para fijar qué es y
qué no es filosófico), importancia de los fracasos y de los filósofos menores,
formulación de la teoría de los tres polos de excelencia (institucional,
intelectual, creativa), utilidad del concepto de “espacio de atributos”,
relevancia otorgada a la construcción de esquemas idealtípicos.
En su argumentación, Moreno Pestaña atiende a
las aportaciones de sus antecesores (Collins, Bourdieu & cia, Kustch), pero
lo hace siempre criticándolas, evitando precisamente la actitud del escoliasta.
Se llega así a una original combinación de estas contribuciones con el legado
conceptual de Ortega y con la epistemología weberiana de Jean-Claude Passeron.
Otra novedad la constituye la selección de fuentes. En coherencia con el
enfoque propuesto, atento a situar el filosofar en la vocación vital o
trayectoria de los pensadores considerados, en su contexto práctico y en el
menú de posibilidades que en cada caso conformaba el espacio filosófico, las
fuentes consideradas no se limitan a la “obras” de los autores concernidos. El
análisis de ese material se confronta con un corpus diferente, anómalo
para el historiador académico de la filosofía: procesos de depuración en tiempo
de guerra, expedientes administrativos, informes y ejercicios en tribunales de
oposiciones, correspondencia privada, entrevistas orales con los protagonistas.
Con estos materiales y estas herramientas se
aborda, en el primer capítulo, una de la primeras pruebas de fuego afrontadas
por la herencia orteguiana: la Guerra Civil. En los relatos consagrados, este
episodio habría partido en dos la historia de la filosofía española
contemporánea. Exiliados en el exterior o en el interior, los representantes
del orteguismo habrían sido borrados de la escena y reemplazados por
partidarios del nuevo régimen, que habrían ocupado los puestos de sus mayores
administrando un nuevo establishment, el de la filosofía bajo palio,
dominado por el nacionalcatolicismo y la tradición tomista. El vergel se habría
transmutado en erial.
Frente a esta vulgata resuelta con un par de
brochazos, se presenta un relato mucho más matizado. Se calibra la importancia
de graduar la incidencia de la Guerra Civil según las trayectorias individuales
y las fases más afectadas de las mismas. Esto permite por una parte trazar una
tipología de las carreras a partir del impacto que tuvo sobre ellas el fatal acontecimiento: unas se
vieron aceleradas (de modo variable según los casos), otras ralentizadas,
frustradas o interrumpidas, otras se mantuvieron en sus expectativas
anteriores. También varió la pauta de reclutamiento. Todo un espectro de
filósofos de origen humilde (en contraste con la procedencia de clase media
alta de los orteguianos) encontraron en la tutela eclesiástica y en el silencio
de los seminarios el modo de superar sus obstáculos de clase aupándose a la
consagración institucional o intelectual. La estrella sociocéntrica del nuevo
amanecer era el Padre Santiago Ramírez.
Por otra parte, la herencia orteguiana no
desapareció como por ensalmo. Muchos de los intelectuales fascistas se habían
socializado filosóficamente en ella, de modo que seguía investida de prestigio.
La movilización político-militar hizo más dependiente la lógica del campo
filosófico respecto a la del campo político, pero no evaporó totalmente su
autonomía. El cambio afectó sobre todo a la institución filosófica, con el
barrido del orteguismo en las Facultades de Filosofía y en el Instituto Luis
Vives del CSIC. Pero la incidencia de esta tradición prosiguió a través de
Ortega y sobre todo de la creciente influencia de Zubiri fuera de la Facultad
de Filosofía (Laín, Conde, Gómez Arboleya). El análisis pormenorizado y
riguroso de las trayectorias le permite además al autor descartar otro tópico
de la historiografía intelectual de este periodo: la supuesta contraposición
entre falangismo “liberal” y tradicionalismo escolástico.
El segundo capítulo está dedicado a examinar
el debate entre Laín y Marías, en la década de los cuarenta, a propósito del
concepto de “generación”. Este estudio de caso permite poner en entredicho, de
un modo aún más concreto, el falso tópico del erial filosófico español durante
el mencionado decenio. Como enseñó Braudel, la materia histórica está
articulada en un tiempo múltiple, multidimensional, donde los campos no se
transforman de manera sincronizada. Simétricamente, no es posible afrontar la
experiencia vital de un filósofo como si existieran compartimentos estancos
entre sus distintas facetas (práxica, emocional, cognitiva, etc).
Mediada la década de los cuarenta, el
trastocamiento del campo político producido por la Guerra Civil había afectado
sin duda a las modalidades de reclutamiento profesional y de carrera académica
de los filósofos, pero no todavía a su consagración intelectual. Moreno Pestaña
traza la persistencia del orteguismo como en esta época, analizando el modo en
que la filosofía híbrida defendida por Ortega recibía nuevas modulaciones en su
discípulo Zubiri, encontrándose cuestionada por la referencia a Heidegger. Se
sigue la estela de este problema en el debate Marías/ Laín, en un entorno donde
los tomistas controlaban la institución filosófica pero no los valores que
cotizaban en el mercado intelectual.
En
el tercer capítulo se dilucida un importante cambio de panorama. En las redes
tomistas, hegemónicas en la filosofía universitaria desde la Guerra Civil, se
trata ahora, ya entrada la década de los cincuenta, de desprestigiar el
orteguismo, esto es, de derribar su preeminencia intelectual. El éxito de la
campaña antiorteguiana, que es la controversia analizada en este capítulo,
propició no sólo la expulsión de las ideas de Ortega, sino la consolidación de
un nuevo habitus filosófico que habría de pervivir más allá del
franquismo. En las tentativas de sistematización y en las diatribas de los
Ramírez, Iriarte, Marrero y compañía, contra Ortega, lo que se hace valer es un
nuevo prototipo de filósofo: recio y ascético, retirado de las veleidades
mundanas y dedicado a la construcción de vastas arquitecturas teóricas
obtenidas a partir del culto y la exégesis de los grandes textos de la
tradición. En estos pensadores de los cincuenta el corpus de referencia
lo constituyó el legado tomista, pero la nueva generación de los sesenta no
cambiará el patrón (“la norma de la filosofía”), sino sólo los contenidos.
Según los casos se tratará del marxismo, de la filosofía analítica o del
postestructuralismo, esto es, de las corrientes europeas importadas con avidez
en los años de contestación política antifranquista. Pero filosofar continuará
consistiendo en derivar un sistema a partir del
desciframiento de un canon textual, sea este el de Hegel o el de
Foucault.
El capítulo cuarto nos relaja abriendo una
espita para el optimismo. Aunque eclipsada y dominada, la filosofía híbrida,
entrelazada con las ciencias históricas, defendida por Ortega, no quedó
totalmente arrumbada en el panorama filosófico español de los años sesenta y
setenta. En algunas instancias de la filosofía española de esa época existen
rescoldos que nos permiten reavivar hoy el necesario fuego del orteguismo.
Estos elementos se encuentran en el conocido debate que enfrentó a finales de
los sesenta, a Manuel Sacristán y a Gustavo Bueno, a propósito de la titulación
de filosofía.
Más allá de las estridencias de ambos
contendientes, Moreno Pestaña revela una concepción compartida del filosofar
como reflexión de segundo orden sobre las ciencias y sobre las prácticas
mundanas. Ambos rechazan la “filosofía de lector” convertida en canon español
desde la década de los cincuenta. La raíz de esta visión del quehacer
filosófico se encontraría en Ortega, modelo permanente de Sacristán y objeto de
una consideración más ambivalente por parte de Bueno. El autor dedica muchas
páginas a reconstruir, en la larga duración, la perspectiva de Ortega acerca
del nexo entre la filosofía y las ciencias históricas, poniendo de relieve el
tronco neokantiano de las posiciones orteguianas y su vecindad con las
ramificaciones del problema en la fenomenología y en el positivismo lógico. En
este proceso Heidegger representa un cierto bluff, tanto por su recelo
respecto a las ciencias como por su reducción de la historia a una combinación
de etimología y comentario de textos filosóficos.
Pese a su proximidad, Sacristán y Bueno
discrepan. El detallado seguimiento de sus trayectorias permite detectar la
génesis de esta divergencia. El primero considera que la filosofía académica no
aporta nada a la hora de componer una ciencia autocrítica y reflexiva. Por eso
era partidario de eliminar la titulación específica de filosofía. Bueno sin
embargo valora la contribución de esa filosofía universitaria, y la ejemplifica
con los casos de Husserl, Heidegger y Bergson. La distancia entre ambos no está
en su noción del filosofar, sino en su relación con la institución -integrada
en Bueno, marginal en Sacristán, y en la amplitud de su público en esa época
-de amplias miras culturales y políticas en Sacristán y más especializado en
Bueno.
El Epílogo que cierra el libro amplía la
hipótesis acerca de la persistencia de la “norma de la filosofía” instaurada
durante los años cincuenta, aplicándola al universo de la filosofía española
entre los años sesenta y noventa. Para ello se apoya en un generoso comentario
de mi trabajo de 2009, La filosofía española. Herederos y pretendientes. Una
lectura sociológica (1963-1990). Los cambios fundamentales que delimitan el
proceso de transición filosófica descrito en esta obra no contradicen el
continuado predominio de un quehacer filosófico confinado en la exégesis de
textos e identificado con la tarea escolástica (en el sentido de Ortega)
consistente en aplicar un sistema de referencia (en un repertorio ahora
ensanchado, incluyendo a todas las corrientes de la modernidad) desgajado de su
contexto para la comprensión de cualquier tipo de realidad.
Escrita a la vez con amenidad y elegancia, la
monografía de Moreno Pestaña no sólo ayuda a desembarazarse de una interminable
lista de tópicos historiográficos sobre la filosofía española del siglo XX.
Constituye al mismo tiempo uno de los mejores ejemplos de ejercicio filosófico
original que podemos encontrar hoy en nuestro país; invita a retomar nuestra
perdida tradición orteguiana para aprender a pensar de nuevo.
Francisco Vázquez García
Universidad
de Cádiz
Saturday, May 10, 2014
Defensa de la tesis doctoral de Adriana Razquin Mangado (grupo HUM-536), dirigida por José Luis Moreno Pestaña, sobre el 15M
(Intervención
de Adriana Razquin Mangado en la defensa de su tesis doctoral ante un
tribunal formado por José Antonio González Alcantud, Francisco Sierra
Caballero y Francisco Vázquez García)
No
somos mercancía en manos de políticos y banqueros. Democracia Real
Ya.
Este fue el
lema que hace ya tres años llenó las calles y las plazas del país
abriendo un nuevo ciclo de movilización social que llegaba por
sorpresa. Un estallido social de malestar y desafección que desbordó
el estado del campo político y la trayectoria de los movimientos
sociales que venían saliendo de una honrosa resiliencia. La burbuja
inmobiliaria y el festival de derroche y sobreendeudamiento parecían
anunciar el fin del compromiso político.
A pesar de
que las condiciones económicas y sociales estructurales venían
deteriorándose como correlato del flujo de capital, las
posibilidades que ofrecía el crédito parecían resultar demasiado
hermosas como para ensuciarlas con la crudeza de los efectos
inmediatos que acarreaba ese abandono ciudadano del control de los
asuntos públicos. La militancia política, a ojos de la doxa
economicista que sostenía la retórica neoliberal y que inundaba
buena parte de la vida social, resultaba, si acaso, una antigualla
caduca y raída por el paso del tiempo.
Roto el
espejismo y pasados tres años del comienzo oficial de la crisis, con
un deterioro palpable de las condiciones de vida y con el Estado
social a merced del poder financiero francoaleman, numerosas
organizaciones sindicales, ONGs, partidos políticos y diversas
agrupaciones trataban de sostener plataformas que no lograban ser
mayoritarias ni superar sus propios umbrales de movilización. La
desafección hacia las organizaciones políticas y sindicales parecía
aumentar diariamente como efecto inmediato del afloramiento
vertiginoso de multitud de casos de corrupción, que habían tenido
como caldo de cultivo un marco legislativo y ejecutivo armonizado,
casi podría decirse al servicio de, la connivencia de estos agentes
políticos y sus redes clientelares con los poderes económicos. La
desvirtuación de las reglas del juego democrático y el desprecio
por el bien común parecían caracterizar buena parte de la dinámica
de la política profesional.
Así, si bien
el contexto socioeconómico y político invitaba a una movilización
popular y masiva, ésta nunca llegaba.
Y de pronto,
desde los recovecos cibernautas y sostenida sobre relaciones
personales previas, una convocatoria de la que se manejaban muy pocas
certezas prendió. Y lo hizo de tal modo que marcaría un hito en la
historia de la movilización social del Estado español, pues logró
movilizar a millones de personas a las calles y plazas, involucró
masivamente a ciudadanas y ciudadanos no iniciados en el militantismo
y recuperó a varias generaciones de militantes cuyas trayectorias se
habían ido desintegrando tras la consolidación de la democracia de
partidos a la que dio lugar la Transición.
Así, se
vivió una primavera llena de toldos desde los que comenzó a tomar
cuerpo una interpelación tajante a la deriva partidista del juego
democrático que, además, sometía la vida y futuro del país a la
estabilidad de los mercados financieros.
La
convocatoria nacía como heredera de diversos intentos movilizadores
con orígenes sociopolíticos e ideas fuerza diversas. Según el
análisis que presento, se podrían establecer tres espacios
colectivos más o menos definidos que habrían estado presentes en el
proceso de gestación de la convocatoria: la Coordinadora Ciudadana,
No les Votes y Juventud Sin Futuro. Si bien todo indica que las
posiciones más a la derecha (además de, por supuesto, las de
extrema derecha) presentes en el acto del Ateneo de Madrid de la
Coordinadora Ciudadana, se descolgarían antes de quedar definido el
manifiesto que llamaría a la movilización.
Pues bien,
estos tres bloques (cuyos orígenes sociopolíticos iban desde el
liberalismo economicista hasta la izquierda estatista) alimentaron la
convocatoria desde espacios sociopolíticos divergentes pero
apuntaban a algunas demandas que podían, la voluntad era esa:
converger. Así, a pesar de que había ideas fuerza abiertamente
enfrentadas existían, al mismo tiempo, configuraciones sobre las que
la convergencia era evidente: 1) la desconexión entre representantes
y representados, 2) la elitización de los espacios de decisión
política y 3) una llamada a la toma de responsabilidades ciudadanas.
Además, esta convocatoria, trataba de superar las rupturas y
tensiones en el marco de las correspondencias simbólicas con tal o
cual organización política y las posibles coaptaciones apostando
por una movilización sin banderas ni siglas. Existían también
elementos, en principio no convergentes que se armonizaron en la
articulación práctica (no sin incorporar, como ha señalado Moreno
Pestaña, juegos de malentendidos). Veámoslo: Por un lado,
#Nolesvotes presentaba como una de las ideas centrales de su
posicionamiento público la denuncia de corrupción sistémica en el
seno del espacio partidista pero que se encarnaba de manera
significativa sobre el PP, PSOE, CIU y PNV (que eran, justamente, los
partidos que habían apoyado la llamada Ley Sinde); por su parte, la
Coordinadora Ciudadana añadía un punto más de gravedad a la
corrupción del sistema político incluyendo el terrorismo de Estado,
y todo ello se encarnaba en el PSOE. Y, finalmente, Juventud Sin
Futuro enmarcaba su llamada a la movilización en el análisis
crítico de las llamadas «medidas anticrisis» adoptadas por el
Gobierno de Zapatero en un marco de tendencia de neoliberalización
de las políticas públicas más amplio y que no se correspondían
con la gestión pública que se esperaba de un Gobierno, si no
socialista, al menos socialdemócrata.
Así, sobre
la base de ciertas y parciales resonancias entre los tres
planteamientos, emergían como posibilidades prácticas e ideas
fuerza poco definidas y más o menos integradoras, lemas como «PSOE
y PP la misma mierda es», o movilizaciones a las puertas de los
ayuntamientos, en los actos de investidura de los cargos electos en
las elecciones municipales, al grito de «¡Que no, que no, que no
nos representan!».
Al mismo
tiempo, la desafección podía extenderse más o menos (dependiendo
de las filiaciones simbólicas de cada participante y de la
trayectoria militante) a toda agrupación sindical o a los dos
sindicatos mayoritarios, a toda organización política o solamente a
los dos partidos mayoritarios. E, incluso, a los movimientos
sociales. Aunque, por otra parte, el espacio político que movilizaba
Juventud Sin Futuro incluía toda la lucha contra las políticas de
austeridad, incorporaba algunas posiciones de la extrema izquierda
(hay que recordar que Izquierda Anticapitalista formaba ya parte de
Juventud Sin Futuro) y la convocatoria del 15 de mayo de 2011 había
contado con la alianza de buena parte de las organizaciones que
componían el Foro Social. Finalmente, ya en la acampada, se
consolidó la incorporación de posiciones situadas en la izquierda
extraparlamentaria, concretamente procedentes del universo de los
movimientos sociales.
Esta
diversidad catalizada sobre la desafección y el hermanamiento
ciudadano dio lugar a un movimiento popular más o menos concentrado
sobre la delimitación física de campamentos y enraizado en una
dinámica interactiva entre las asambleas ciudadanas que se
desarrollaban en las plazas y la coordinación virtual con un mar de
acampadas y movilizaciones populares a lo largo de la geografía
mundial. Así, nacían cada día nuevas y multitudinarias asambleas.
En el caso particular de la asamblea analizada las cifras llegaron a
las tres mil personas para el primer fin de semana.
Esta
etnografía ha interrogado especialmente a la experiencia asamblearia
ya que, en última instancia, es éste el espacio donde se discuten y
ponen en juego las expectativas, ideas fuerza y posiciones. También
donde se valoran y perfilan las estrategias de acción colectiva. Y
como las asambleas se regían por el dictado no explícito de «somos
las que estamos» (lo que hace que el proceso vaya concretándose de
manera importante en función de quienes están en la asamblea en el
momento justo de tomar las decisiones), resulta fundamental, para
entender al movimiento 15M el análisis de las condiciones sociales
(algunas más o menos estables y otras cambiantes) que definen el
espacio de posibilidad para la participación en la asamblea.
En ese
sentido, este trabajo ha tratado −gracias a la puesta en
funcionamiento de la Teoría de los campos de Bourdieu− de
reconstruir, delimitar y situar el espacio que ocupan en la dinámica
del proceso el espacio virtual y las acciones de movilización,
mostrando los momentos y el modo en que las acciones en un espacio
pueden revertir en prestigio asambleario.
De manera
significativa, se debe señalar a este trabajo como uno de los pocos
que hasta el momento, ha sido capaz de aportar a una teorización,
aún inconclusa, de las dinámicas que sostuvieron la convocatoria y
de resituar, con demostraciones empíricas, el papel del espacio
virtual. Que, lejos de lo que anunciaban las teorizaciones más
arriesgadas sobre una nueva era de movilización virtual, se ha
demostrado un medio de comunicación muy potente pero un espacio
subsidiario respecto de la deliberación y la toma de decisiones.
Por otro
lado, Tomar la palabra en el 15M: Condiciones sociales de acceso a
la participación en la asamblea se ha guiado por la voluntad de
abrir nuevas posibilidades exploratorias de la movilización
colectiva desde un marco conceptual y metodológico capaz de
aprehender, de forma sincrónica y diacrónica, las microdinámicas
sociales y situarlas, al mismo tiempo, en un contexto
macrosociológico.
A nivel
metodológico, se ha trabajado durante un año mediante observación
participante y se han realizado 35 entrevistas abiertas
semidirectivas (recogiendo la tradición de la Escuela de Sociología
Crítica Española de Jesús Ibáñez, Alfonso Ortí y Luis Enrique
Alonso) orientadas hacia la reconstrucción de relatos de vida desde
una perspectiva etnosociológica, siguiendo la propuesta de Daniel
Bertaux.
Sin embargo,
la etnografía ha resultado ser imprescindible para reconstruir este
proceso social. Pues, aún con toda la riqueza empírica que
contienen las entrevistas abiertas, la autocensura derivada del
engarce afectivo con el proceso hubiera hecho muy difícil recuperar
el elemento central sobre el que se anidaron buena parte de las
salidas de la asamblea tras el verano: la violencia.
La
apuesta por armarse con un aparataje teórico pluralista,
principalmente, mediante la recepción de los aportes de la tradición
bourdisiana (aún poco trabajada en España) junto con la propuesta
de Randall Collins respecto a las Cadenas de Rituales de Interacción
ha resultado muy prolija.
Además, al
articular el modelo CRI de Collins con la trilogía clásica de
Albert Hirschman (salida, voz, lealtad) se ha hecho posible explicar
de manera compleja las subidas y bajadas en la participación. Al
mismo tiempo, gracias a la inclusión de estas propuestas en marco de
la propuesta de Bourdieu, se han podido indicar con claridad los
distintos momentos de posibilidad que se abren en el proceso y el
tipo de participantes que posibilita y que privilegia. No
perdiéndose, en el camino, la aprehensión de las transformaciones
que son el resultado de las luchas por la definición de la lucha y
los y las agentes que participan en ella. Para eso es que se ha
reconstruido el relato etnográfico manteniendo la dimensión
temporal y en referencia a lo que sucedía en otras acampadas y
asambleas del 15M y al estado del campo político. Así, se han
podido rescatar las distintas temporalidades, ritmos y procesos
implicados en la constitución de la dimensión colectiva (que
siguiendo la idea de Boltanski debe ser producida y existe en el
marco de unas condiciones que más o menos se intuyen) y siguiendo a
Mathieu no está exenta, como se ha mostrado, de oposiciones y
luchas.
También ha
resultado fundamental la reconstrucción del proceso de acampada y
asamblea desde el marco de la teorización de Bourdieu sobre el campo
político y los trabajos herederos de su propuesta, principalmente
los de Lilian Mathieu y Gerard Mauger. En concreto, se ha
conceptualizado el proceso asambleario en cuatro momentos en función
de la noción de campo político (con especial atención a los
movimientos sociales) que han permitido organizar con cierta
coherencia las transformaciones de la dinámica asamblearia y
explicar las tensiones asentadas en la ruptura entre la
profesionalidad y la profanía. La incorporación de la noción de
trayectoria militante (a partir de los trabajos de Poupeau, Mathieu,
Pechú y Fillieule) articulada sobre el grado de participación en la
asamblea y la interrogación sobre la ruptura profesionales/profanos,
ha propiciado la construcción de varias categorías etnográficas
definidas sobre la abstracción del trabajo empírico. Estas
construcciones de tipos ideales de participantes (militante
profesional, militante amateur, observador participante y
observador puro) complejizan las teorizaciones que se han realizado
al respecto. Y aportan no solo mucha más información respecto de
las interacciones y las posibilidades de transitar de una forma de
movilización a otra; si no que permiten examinar con nitidez el
inicio de nuevas trayectorias militantes y mostrar en qué momento
son posibles o imposibles.
Además, la
construcción de estas tipologías de participantes funcionando en
tandem con la categorización, también construida en función del
análisis empírico, que he denominado «culturas de participación»
(y que incluye una forma de exclusión radical del proceso: la
sospecha) permitía dar un paso analítico más allá de la
categorización ideológica. Que, sin ser irrelevante, pues operaba
algunas veces como marca de distinción sobre la que levantar las
oposiciones entre algunos agentes (generalmente colectivos) resultaba
bastante estéril para analizar la dinámica general de la asamblea
estudiada, pues las tomas de posición no se correspondían con
ideologías definidas. Más bien parecían tener poco o nada que ver
con éstas. Porque, hasta pasado el verano, en escasas ocasiones el
debate asambleario derivó en una discusión con posiciones
ideológicas más o menos definidas ya que, el espacio era
masivamente profano, circulaban escasos conocimientos sobre teoría
política y se tendía a huir del debate de posiciones políticas.
Porque, independientemente de fuese posible o no, se pretendía
superarlo en la unidad de individuos que se representan a sí mismos
distanciados de filiaciones a colectividades políticas.
Estos
elementos, entre otros que por espacio no se pueden señalar aquí,
es lo que hace que esta tesis doctoral apunte a la apertura de un
nuevo espacio para la interrogación del proceso ciudadano que
arrancó el 15 de mayo de 2011. Pues donde la mayoría de trabajos
sobre el particular identifican grandes y homogéneas ideas fuerza,
este trabajo demuestra cómo, a pesar de existir un horizonte común
de desafección respecto de la política profesional, existía una
gran heterogeneidad e incluso incompatibilidad de posiciones. También
ha mostrado cómo esa incompatibilidad solo fue salvada en la
articulación de prácticas y recursos simbólicos que sí eran
capaces de armonizar expectativas, apuestas o definiciones del fin
último de la lucha que en realidad eran disonantes e, incluso,
opuestas. Además he mostrado cómo esta armonización colectiva fue
solo posible mientras la «cultura de la colaboración» gobernó el
proceso, mientras el foco de atención fue común y la membresía
grupal crecía día a día. Después, roto el ritual de interacción,
y en mitad de un proceso de transformación a movimiento social, la
energía emocional que circulaba a raudales decayó y, además, el
proceso fue imponiendo cada vez más condiciones de entrada a la
participación en la asamblea. Así, quedaron finalmente
sobrerepresentadas en la asamblea posiciones y estilos de vida muy
concretos que caracterizaron completamente los nuevos escenarios de
acción colectiva e ideas fuerza. Finalmente la organización del
movimiento social rompió su vertebración con buena parte de quienes
se habían movilizado con el movimiento 15M e, incluso, con muchas y
muchos de quienes fueron militantes a tiempo completo.
Así, con
este tipo de teorizaciones, se ha intentado explicar aquello que, si
acaso, solo ha sido constatado por otros trabajos. Pues se ofrece una
explicación compleja y situada de las dinámicas de apertura y
cierres del proceso, además de aportar una visión no mitificada de
la vida asamblearia. Una aproximación que interroga constantemente
por las distintas formas en las que se condensa el par
dominante/dominado a lo largo del proceso asambleario. Y es así como
ha sido retratado: con sus luces y sus sombras, con sus aperturas y
sus cierres. Con sus apuestas y herramientas democratizadoras; y con
las constricciones para la toma de la palabra que supusieron las
propias características del proceso.
Para concluir
esta defensa, quisiera señalar que este trabajo muestra cómo a
partir de la etnografía se obtiene una teoría de la práctica
política muy diferente de que la teorizan los productores de
discursos.
Muchas
gracias por su atención.
Debates acerca de "La norma de la filosofía"
Se encuentran disponibles dos de los debates de las jornadas sobre La norma de la filosofía en la Uned: el correspondiente a la intervención sobre Aranguren y el corresponiente al debate Sacristán-Bueno
Sunday, May 4, 2014
Castoriadis, Loraux y Foucault sobre la democracia ateniense. "Pericles en París" en la revista Pensamiento
Segundo artículo de la serie sobre las lecturas de los clásicos en la actualidad. Publicado en el número 2611 del 2104 de Pensamiento. Revista de información e investigación filosófica el artículo "Pericles en París", un estudio comparado de las lecturas que sobre el dirigente alcmeónida propusieron Cornelius Castoriadis, Michel Foucault y Nicole Loraux. Dado que la revista no se encuentra accesible en la web, podéis solicitar una separata a joseluis.moreno@uca.es