Saturday, May 19, 2012

El texto de la intervención de Francisco Vázquez en "Sexo y Chocolate"










“SEXO  Y CHOCOLATE”

CHARLAS PARA LA SESIÓN DE “CATAS CON ARTE” DEL 18 DE MAYO DE 2012 POR FRANCISCO VÁZQUEZ GARCÍA


Historia del gusto e historia del erotismo

El chocolate no tiene efectos afrodisíacos probados. Contiene, no obstante, una combinación de sustancias como la cafeína, la teobromina y la feniletilamina que, mezcladas, producen efectos euforizantes similares a los producidos en el orgasmo.

No obstante, existe el mito de los efectos eróticos del chocolate. A esto ha contribuido la leyenda de su origen. Inventado por los mayas y difundido posteriormente entre los aztecas, se cuenta que el cacique Moctezuma consumía un batido espumoso de chocolate antes de visitar a sus distintas esposas.

Sin duda existe una marcada analogía entre el placer de disolver un bombón entre la lengua y el paladar –como recomiendan los confiteros belgas- y el goce sexual, pero no existe nexo causal entre ambas experiencias.

Esta analogía revela la fuerte proximidad entre la historia del gusto y la del erotismo. En las civilizaciones griega y romana, el gusto gastronómico y el erotismo no estaban diferenciados. Formaban parte del mismo conjunto de conductas; lo que los griegos designaban como los aphrodisia. El problema moral en la ética de la virilidad que regía en estas civilizaciones era si el adulto sería capaz de administrar activamente sus placeres o si se encontraría dominado por ellos. En el primer caso era viril, en el segundo, afeminado, porque se rebajaba a la condición pasiva. Así, un hombre que se dejaba arrastrar por su pasión por las mujeres, el vino o la comida, se consideraba públicamente como afeminado.

Así, la Dietética y la Erótica formaban parte del mismo cuerpo de saberes: los referidos al buen uso de los placeres. De ahí sus entrecruzamientos y la importancia de ciertos remedios y sustancias que, consumidas, permitían mantener un coito prolongado o excitar el deseo erótico.

Esta preocupación por tales remedios y tonificantes eróticos tenía que ver con dos convicciones íntimamente relacionadas entre sí y establecidas por la Medicina griega, hechos que se mantendrían vigentes casi hasta el siglo XVIII.

En primer lugar, se consideraba que el semen masculino era una forma purificada de la sangre. Su pérdida equivalía a 40 veces la pérdida de sangre, por lo que debilitaba mucho al organismo. Por eso eran tan importantes los remedios que mantenían la erección sin llegar a la eyaculación.

En segundo lugar, para que la mujer quedara fecundada, se entendía que su semen debía mezclarse con el del hombre. Es decir, la mujer debía llegar al orgasmo y emitir así su semilla.

Se estimaba entonces que los alimentos suculentos y que producían ventosidades (habas, castañas, asados) eran favorables para estimular y mantener las erecciones (el aire aumentaba la inyección sanguínea y la erección).

La edad de oro de los afrodisíacos se sitúa entre el Renacimiento y la cultura del Barroco. La alquimia y la farmacopea preparaban bálsamos, pociones y filtros de Nevus cuyos componentes se apoyaban en el principio de analogía: sesos de gorrión (se creía que este animal copulaba hasta 83 veces por hora), el diasatyrion (una variante de orquídea cuya raíz bulbosa era semejante a los genitales masculinos). Por otro lado se creía que los alimentos con poco aire minimizaban las erecciones. Por ejemplo, los frutos secos. Por eso en la dieta de los Padres del Desierto o en los regímenes monásticos eran muy recomendados, ya que evitaban las poluciones nocturnas y preservaban la castidad.

  Santo Tomás y las siete especies de la lujuria

Junto a una cultura que en la edad moderna multiplicaba los bálsamos venéreos, las pociones afrodisíacas, los filtros amorosos y los ungüentos eróticos, coexistía otra, ligada a instituciones como la teología y el derecho, que catalogaba y perseguía los pecados contra la lujuria.

Aquí la obra de referencia era la Suma Teológica de Tomás de Aquino, publicada en el siglo XIII. En la Secunda Secundae, quaestio 154, el Aquinate se refiere a las especies de la lujuria. Distingue siete tipos en orden de gravedad creciente: fornicación simple, adulterio, incesto, estupro, rapto, sacrilegio y vicio contra naturaleza. En los seis primeros se atenta contra la unión matrimonial entre los seres humanos, pero en el séptimo se atenta directamente contra Dios. Se trata de una rebelión contra el mandato divino (“creced y multiplicaos”), al impedir la posibilidad de la generación, que el el modo humano de proseguir la tarea creadora del Génesis.

Dentro del vicio contra naturaleza se reconocen tres variantes: la molicie o polución voluntaria (semejante a la masturbación), la bestialidad y la sodomía. Repárese en que la polución voluntaria, dentro de este cuadro canónico, era un pecado más grave que el incesto, el adulterio y la violación.

   Sodomía

Dentro de los pecados contrarios a la naturaleza, el más comentado y perseguido era el de sodomía. Esta podía ser de dos tipos:

a)                Perfecta, cuando se producía la penetración de hombre a hombre, de mujer a mujer (mediante alguna clase de consolador) o de hombre a mujer por vaso indebido.

b)               Imperfecta, cuando un hombre tenía relación con otro sin llegar a penetrarlo, o cuando una mujer tenía relación con otra sin que mediara penetración.

En España, el delito de sodomía entre los siglos XV y XVIII, estaba penado con la muerte del reo. En Castilla la jurisdicción le correspondía a los tribunales reales, pero en los reinos de Aragón, el asunto era competencia de los tribunales inquisitoriales. La pena de muerte sólo se aplicaba en los casos de sodomía perfecta. La imperfecta entre hombres podía ser castigada con pena de azotes, confiscación de los bienes y la cárcel.

La sodomía imperfecta entre mujeres, ni siquiera era castigada, porque los besos y caricias eróticas entre hembras se consideraban algo grotesco y absurdo, más motivo de risa que de indignación.

Por otro lado, aunque se dieron, los casos de condena por sodomía perfecta entre mujeres fueron sumamente excepcionales. Generalmente se consideraba que la penetración entre mujeres sólo podía tener lugar o mediante dildos o valdreses (consoladores hechos habitualmente de pellejos de animal) o porque se consideraba que una de las mujeres era semihermafrodita, provista de un clítoris desmesurado (virago), del tamaño de un pene.
Cultura Erótica

Pese a la persecución de los pecados de lujuria por parte de las autoridades religiosas y civiles, se desarrolló una poderosa cultura erótica que se convirtió en industria de masas en el siglo XIX. Esto es válido incluso para países de tradición estrictamente católica y en los que la Iglesia conservó un inmenso poder, como es el caso de España.

Así, entre 1900 y el final de la Guerra Civil, despegó en nuestro país una boyante industria del erotismo que se difundió a través de múltiples registros.

En primer lugar la producción de postales, desde las simplemente picantes hasta las abiertamente pornográficas, fabricadas principalmente en Francia, aunque también hubo empresarios españoles de este ramo. Estas postales a menudo se guardaban disimuladas por sus coleccionistas, en álbumes que contenían estampas religiosas o fotografías de la familia real.

En segundo lugar, una gran variedad de literatura erótica, desde los panfletos más brutalmente obscenos, editados clandestinamente (con nombre ficticio y alusivo de autor y de la editorial, por ejemplo “Barón del Perote”, editorial Falo) y vendidos en burdeles, hasta novelas cortas de cierta calidad literaria, como las publicadas por Felipe Trigo, Álvaro de Retana o Joaquín Belda, pasando por esos folletines “ardorosos”, “para leer con una sola mano”, que se distribuían bajo cuerda por parte de algunos comerciales.

En tercer lugar, el mundo del espectáculo: vodeviles, cuplés y revistas satíricas con escenas que iban desde lo galante y pícaro hasta lo chabacano. Fue famosa, por ejemplo, la canción de La Pulga, un número erótico importando de Francia, que podía verse en Madrid a finales del siglo XIX en el Teatro Barbieri, interpretado por la Bella Chelito.

A este muestrario hay que añadir la introducción del cinematógrafo. Las primeras tres producciones españolas del género pornográfico datan de comienzos de la década de los veinte. Se titulan “El Ministro”, “Consultorio de Señoras” y “El Confesor”, y en ellas se mezcla el erotismo descarnado con la sátira política y anticlerical.

Todo este despliegue de cultura erótica fue bautizado por el escritor madrileño Álvaro Retana, como “La Ola Verde”. Pero el término que mejor lo expresa y que era de uso común en la España de los años 20 y 30, era el de “sicalipsis”, que procede de los vocablos griegos sykon (vulva) y aleptikós (excitación). La sicalipsis abarcaba todo este complejo de productos y consumos eróticos.

El deber del orgasmo

Como se dijo al comienzo, la preparación de alimentos y brebajes afrodisíacos apuntaban a excitar la libido masculina y a prolongar la erección. Desde la Antigüedad Grecorromana hasta la Ilustración prevaleció en Occidente la idea de que la mujer siempre estaba dispuesta para el sexo, lo que en último término alentaba el miedo a sus poderes seductores y a sus disposiciones como devoradora sexual.

A partir de mediados del siglo XVIII sin embargo, se empezó a consolidar la idea, plenamente aceptada en la Europa victoriana, de que la mujer honesta carecía de excitabilidad sexual. Su estado natural era “anafrodisíaco” o de anestesia sexual (hoy lo calificaríamos de frígido). La mujer sexualmente activa y multiorgásmica se identificaba con las figuras infames de la prostituta o de la ninfómana. El “estro venéreo” –lo que hoy denominamos orgasmo- era “cosa de hombres”.

Sin embargo, desde la década de 1920 y de un modo decidido y masivo, desde la década de los sesenta, esa representación se trastocó por completo. Se impuso la idea de que la mujer estaba más capacitada para la excitación sexual –mucho más- que el propio varón. El goce recíproco se convertía en un derecho universal, se democratizaba.

Los sexólogos a partir de entonces, comenzaron a cartografiar al detalle la geografía erógena femenina, midieron la curva de sus sacudidas orgásmicas y cronometraron los ritmos de su lubricidad. Se impuso finalmente la norma del orgasmo simultáneo como patrón de la conducta sexual saludable en pareja.

En esta nueva democracia sexual –nos dicen los sexólogos, la guía para saber si una persona está bien entrenada en la gimnasia del orgasmo recíproco es la masturbación. Curiosamente esta conducta, que 80 años atrás se asimilaba a la fuente y causa de terribles enfermedades (ceguera, tuberculosis, consunción de la espina dorsal), se ha convertido en el sismógrafo para detectar si los adolescentes tienen tendencias frígidas o anorgásmicas. La carencia de masturbación se ve hoy como signo de un desorden (anuncia la tragedia de las disfunciones orgásmicas); su presencia, en cambio, se identifica con una terapia. Ese es el caprichoso juego en el que se empeña nuestra flamante democracia sexual.    

Bibliografía

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