Monday, June 10, 2013

Luis Roca reseña La norma de la filosofía en el número de junio del Viejo Topo



Este libro hay que entenderlo en el contexto del proyecto filosófico de Moreno Pestaña, en parte compartido por el citado Francisco Vázquez García. Digo esto en dos sentidos precisos. El primero porque el libro que nos ocupa, completa el libro que el citado Francisco Vázquez García escribió el año 2009 sobre La filosofía española. Herederos y pretendientes. Una lectura sociológica (1963-1990). Digo complementar con ciertas reservas, ya que son dos libros independientes que no responden a un plan común, aunque sí a una metodología afín , fruto de un diálogo fructífero entre ambos. El segundo sentido lo entendemos con la hipótesis central de este libro: Ortega y Gasset formula un proyecto filosófico interesante que todavía hoy queda pendiente. Este proyecto responde a un modelo de filosofía abierta a las ciencias sociales que se contrapone al modelo cerrado de filosofía canónica que se constituye en norma en los años 50. Los tres debates que articulan el desarrollo del libro clarifican como se constituye esta norma de filosofía canónica en torno a la crítica a Ortega Gasset y como aparecerá su transgresión en el debate entre Manuel Sacristán y Gustavo Bueno.
El primer debate es sobre el tema de las generaciones, una de las problemáticas abiertas por Ortega en su análisis de la historia. Intervienen básicamente los seguidores directos de Ortega, representados por Julián Marías, y los de Zubiri, a través de Pedro Laín Entralgo. El tema de las generaciones plantea cuestiones como la vinculación entre un aspecto biológico, otro político y otro relacionado con los repertorios de creencias y de proyectos comunes. A nivel político, por ejemplo, las generaciones pueden dividirse entre los que accederán al poder (30-45 años) lo que están en el poder ( 45-60 ) y los que lo han dejado ( a partir de los 60). Ortega planteará una medida de 15 años, por tanto, para definir las generaciones, entendida como sucesión de grupos humanos. Lo enriquecerá con unas diferencias horizontales entre las zonas centrales y periféricas de cada generación. Lo que pretendía Ortega con esta hipótesis era armar conceptualmente, desde la filosofía, a la ciencia histórica. En realidad la misma noción de generación sirve para entender este debate entre Marías y Laín, que forman parte de la misma cultura (utilizo aquí un término que curiosamente está ausente en Ortega y en libro). Porque solo, como bien nos enseña Moreno Pestaña, compartiendo un terreno común es posible el diálogo. Si no hay una cierta reciprocidad no es posible entender los argumentos del otro. En realidad, apunto yo, esto es el diálogo. Dos lógicas diferentes pero que implican la escucha del otro.
El segundo debate es el de la batalla entre orteguianos y no orteguianos y la victoria de los segundos, que impondrán su norma canónica a la filosofía posterior. ¿Cuál es el debate ? El de la propia definición y la valoración del filósofo. ¿Quién es el filósofo? ¿Cómo evaluarlo? Son necesarios criterios que diferencien el que es un filósofo del que no lo es y del que es un buen o un mal filósofo. Ortega plantea, contradictoriamente, un modelo de filósofo que él mismo no acabará de asumir. Para él el modelo es una filosofía abierta, antisistemática, abierta  la ciencia histórica. El adentro de la filosofía solo puede entenderse desde el afuera. La filosofía académica ha acabado porque no podemos encerrarnos en los textos filosóficos si queremos que la filosofía nos ayude a entender el mundo. Ortega, a pesar de sí mismo, estaba empeñado en ofrecer una filosofía sistemática. Este es su papel transitorio, ya no acaba de llevarlo a sus últimas consecuencias. Esto explica que sus alumnos más fieles ( como Julián Marías)  esperaran que publicara su obra sistemática. Se trataba de ir a los textos desde el contexto y éste era tanto el biográfico como el histórico. Pero se perdió la batalla  ganó la filosofía canónica y lo hizo a través del tomismo.
El tercer debate es paradójico. Es un debate que no se dio y que además se planteaba entre dos representantes de la transgresión a la norma. Se trata del texto de Manuel Sacristán “Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores” y la respuesta de Gustavo Bueno. Sacristán, ignoramos porqué, no le contestó. En realidad, plantea Moreno Pestaña, eran demasiado próximos y planteaban los dos una ruptura con la norma y una recuperación del proyecto de filosofía abierta, ligado a las ciencias sociales, de Ortega. Sacristán radicaliza a Ortega: estamos al final de la filosofía académica. Hubiera estado bien que contestara a Bueno porque este final de la filosofía académica no implica necesariamente la eliminación de ésta. Lo que se acaba es la filosofía cerrada en sí misma, no necesariamente la filosofía como especialidad, que defiende Bueno.
Lo más interesante es saber lo que ha ocurrido desde entonces. Tenemos el libro citado de Vázquez García y otro trabajo pendiente desde 1990 hasta la actualidad. Pero Moreno Pestaña nos adelante sus conclusiones y vale la pena comentarlas por su sentido crítico. Lo que ha ocurrido ha sido un penoso malentendido. Se ha considerado que la filosofía durante el franquismo fue pobre y dogmática y que con el postfranquismo surgió una filosofía renovadora y crítica. Nada más lejos de la realidad porque el debate no era éste. El debate era entre una filosofía cerrada y una filosofía abierta. La filosofía cerrada es la canónica, que es la que se alimenta de sus propios textos. Hemos vivido múltiples ejemplos de escolásticas seguidoras del último autor de moda : Foucault, Deleuze,
Wittgenstein, Popper... Y quizás sean escolásticas peores, menos elaboradas, más arbitrarias que las de los tomistas. Hay que preguntarse también si no es esta filosofía canónica la que domina las Universidades todavía hoy. Pero la filosofía académica no es necesariamente una filosofía canónica, sistemática y cerrada, apunta Moreno Pestaña: hay que darle su valor. No podemos hablar, añado yo, dicotomías absolutas. Hay ejemplos pobres de filosofía abierta y los hay de filosofía cerrada. Un ejemplo de esto último, para mí, sería Felipe Martinez Marzoa.
Hay una ética de la veracidad del trabajo intelectual que me parece admirable en Moreno Pestaña. Queda entonces pendiente este proyecto fallido que apuntó Ortega. Que continuaron gente como Sacristán y como Bueno. Y que algunos, como José Luis Moreno Pestaña y Francisco Vázquez García, continúan con dignidad. Trabajo muy fecundo, en la línea de Pierre Bourdieu o de Randall Collins, de un encuentro fructífero entre la filosofía y la sociología.
Muchas más cosas podrían decirse sobre el libro, como su ejemplaridad metodológica en la descripción de las trayectorias de los filósofos citados. Trabajo paciente de lectura de documentos, de elaboración de entrevistas y sobre todo de reflexión consistente. Un libro de una gran densidad que nos permite entender también los efectos de la Guerra Civil en diferentes grupos de pensadores: a unos les cerró el camino y a otros de lo facilitó. Igualmente me parece muy sugerente sus alusiones a la Iglesia y al Partido Comunista como instituciones totales.
Quiero acabar con una nota irónica que muestra los tópicos que denuncia Moreno Pestaña: el convencional y canónico filósofo Sergio Rábade nos da la misma definición de filosofía que el vanguardista Gilles Deleuze: la filosofía es creación de conceptos.

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