Wednesday, November 21, 2012

18 de noviembre. Sesión de Catas con Arte: "Lujuria y Chocolate" (Francisco Vázquez)

 
 
El pasado domingo 18 de noviembre a las 17 horas en la Posada "Babilonia" tuvo lugar una nueva sesión de "Catas con Arte", titulada "Lujuria y Chocolate". Insertamos debajo la noticia correspondiente y, a continuación, el texto de la charla de Francisco Vázquez
 
Sabíamos que te gustaba el chocolate, incluso tomarlo con un buen vino, un espumoso, en una tarde otoñal...pero a esa mezcla de sabores le falta placer desenfrenado, música sensual y alguien que nos vaya deleitando con un poco de lujuria.
I want your sex. Os vamos a recibir con esta canción ochentera de George Michael que fue prohibida por muchas radioemisoras en horario diurno tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, debido a su letra provocativa...
Te presentamos la cata con arte lujuria y chocolate en la Posada de Babylonia, la disco de moda en Cádiz.

Vamos a maridar los chocolates de Tres Martínez  (una empresa familiar de repostería artesana de Barbate con una tradición que comienza en 1886) y Pepi Martínez, maestra pastelera, nos explicará sus deliciosas creaciones, con un Pedro Ximénez de las Bodegas Romate de Jerez y un Brut espumoso. Lo fusionaremos con la música en directo de un violinista gaditano, Emilio Martín que nos evocará temas musicales eróticos y la intervención académica de Francisco Vázquez, Catedrático de Filosofía de la UCA y especialista en Historia de la sexualidad, la desviación y el erotismo, que nos demostrará científicamente la relación entre lujuria y chocolate y desvelerá momentos de la sexualidad: Los pecados de la lujuria de Santo Tomás, la sodomía, la cultura erótica y los vicios solitarios.
 La Cata comprende:
  • Chocolate de té verde
  • Cremoso de chocolate con 70% cacao
  • Chocolate con 72% cacao de fruta de la pasión
  • Bombones con guindillas al 78% cacao
  • Orgasmo de chocolate, una creación exclusiva de Tres Martínez (bola de chocolate con una trufa de chocolate rojo y frambuesa en su interior, apoyada en un bizcocho plumcake de remolacha)
  • Pedro Ximénez "La Duquesa" de Romate y un Espumoso Brut
  • Música en directo
  • Intervención académica
  • Pasión desenfrenada

Historia del gusto e historia del erotismo
El chocolate no tiene efectos afrodisíacos probados. Contiene, no obstante, una combinación de sustancias como la cafeína, la teobromina y la feniletilamina que, mezcladas, producen efectos euforizantes similares a los producidos en el orgasmo.
No obstante, existe el mito de los efectos eróticos del chocolate. A esto ha contribuido la leyenda de su origen. Inventado por los mayas y difundido posteriormente entre los aztecas, se cuenta que el cacique Moctezuma consumía un batido espumoso de chocolate antes de visitar a sus distintas esposas.
Sin duda existe una marcada analogía entre el placer de disolver un bombón entre la lengua y el paladar –como recomiendan los confiteros belgas- y el goce sexual, pero no existe nexo causal entre ambas experiencias.
Esta analogía revela la fuerte proximidad entre la historia del gusto y la del erotismo. En las civilizaciones griega y romana, el gusto gastronómico y el erotismo no estaban diferenciados. Formaban parte del mismo conjunto de conductas; lo que los griegos designaban como los aphrodisia. El problema moral en la ética de la virilidad que regía en estas civilizaciones era si el adulto sería capaz de administrar activamente sus placeres o si se encontraría dominado por ellos. En el primer caso era viril, en el segundo, afeminado, porque se rebajaba a la condición pasiva. Así, un hombre que se dejaba arrastrar por su pasión por las mujeres, el vino o la comida, se consideraba públicamente como afeminado.
Así, la Dietética y la Erótica formaban parte del mismo cuerpo de saberes: los referidos al buen uso de los placeres. De ahí sus entrecruzamientos y la importancia de ciertos remedios y sustancias que, consumidas, permitían mantener un coito prolongado o excitar el deseo erótico.
Esta preocupación por tales remedios y tonificantes eróticos tenía que ver con dos convicciones íntimamente relacionadas entre sí y establecidas por la Medicina griega, hechos que se mantendrían vigentes casi hasta el siglo XVIII.
En primer lugar, se consideraba que el semen masculino era una forma purificada de la sangre. Su pérdida equivalía a 40 veces la pérdida de sangre, por lo que debilitaba mucho al organismo. Por eso eran tan importantes los remedios que mantenían la erección sin llegar a la eyaculación.
En segundo lugar, para que la mujer quedara fecundada, se entendía que su semen debía mezclarse con el del hombre. Es decir, la mujer debía llegar al orgasmo y emitir así su semilla.
Se estimaba entonces que los alimentos suculentos y que producían ventosidades (habas, castañas, asados) eran favorables para estimular y mantener las erecciones (el aire aumentaba la inyección sanguínea y la erección).
La edad de oro de los afrodisíacos se sitúa entre el Renacimiento y la cultura del Barroco. La alquimia y la farmacopea preparaban bálsamos, pociones y filtros de Nevus cuyos componentes se apoyaban en el principio de analogía: sesos de gorrión (se creía que este animal copulaba hasta 83 veces por hora), el diasatyrion (una variante de orquídea cuya raíz bulbosa era semejante a los genitales masculinos). Por otro lado se creía que los alimentos con poco aire minimizaban las erecciones. Por ejemplo, los frutos secos. Por eso en la dieta de los Padres del Desierto o en los regímenes monásticos eran muy recomendados, ya que evitaban las poluciones nocturnas y preservaban la castidad.
  Santo Tomás y las siete especies de la lujuria
Junto a una cultura que en la edad moderna multiplicaba los bálsamos venéreos, las pociones afrodisíacas, los filtros amorosos y los ungüentos eróticos, coexistía otra, ligada a instituciones como la teología y el derecho, que catalogaba y perseguía los pecados contra la lujuria.
Aquí la obra de referencia era la Suma Teológica de Tomás de Aquino, publicada en el siglo XIII. En la Secunda Secundae, quaestio 154, el Aquinate se refiere a las especies de la lujuria. Distingue siete tipos en orden de gravedad creciente: fornicación simple, adulterio, incesto, estupro, rapto, sacrilegio y vicio contra naturaleza. En los seis primeros se atenta contra la unión matrimonial entre los seres humanos, pero en el séptimo se atenta directamente contra Dios. Se trata de una rebelión contra el mandato divino (“creced y multiplicaos”), al impedir la posibilidad de la generación, que el el modo humano de proseguir la tarea creadora del Génesis.
Dentro del vicio contra naturaleza se reconocen tres variantes: la molicie o polución voluntaria (semejante a la masturbación), la bestialidad y la sodomía. Repárese en que la polución voluntaria, dentro de este cuadro canónico, era un pecado más grave que el incesto, el adulterio y la violación.
   Sodomía
Dentro de los pecados contrarios a la naturaleza, el más comentado y perseguido era el de sodomía. Esta podía ser de dos tipos:
a)                Perfecta, cuando se producía la penetración de hombre a hombre, de mujer a mujer (mediante alguna clase de consolador) o de hombre a mujer por vaso indebido.
b)               Imperfecta, cuando un hombre tenía relación con otro sin llegar a penetrarlo, o cuando una mujer tenía relación con otra sin que mediara penetración.
En España, el delito de sodomía entre los siglos XV y XVIII, estaba penado con la muerte del reo. En Castilla la jurisdicción le correspondía a los tribunales reales, pero en los reinos de Aragón, el asunto era competencia de los tribunales inquisitoriales. La pena de muerte sólo se aplicaba en los casos de sodomía perfecta. La imperfecta entre hombres podía ser castigada con pena de azotes, confiscación de los bienes y la cárcel.
La sodomía imperfecta entre mujeres, ni siquiera era castigada, porque los besos y caricias eróticas entre hembras se consideraban algo grotesco y absurdo, más motivo de risa que de indignación.
Por otro lado, aunque se dieron, los casos de condena por sodomía perfecta entre mujeres fueron sumamente excepcionales. Generalmente se consideraba que la penetración entre mujeres sólo podía tener lugar o mediante dildos o valdreses (consoladores hechos habitualmente de pellejos de animal) o porque se consideraba que una de las mujeres era semihermafrodita, provista de un clítoris desmesurado (virago), del tamaño de un pene.
 
Cultura Erótica
Pese a la persecución de los pecados de lujuria por parte de las autoridades religiosas y civiles, se desarrolló una poderosa cultura erótica que se convirtió en industria de masas en el siglo XIX. Esto es válido incluso para países de tradición estrictamente católica y en los que la Iglesia conservó un inmenso poder, como es el caso de España.
Así, entre 1900 y el final de la Guerra Civil, despegó en nuestro país una boyante industria del erotismo que se difundió a través de múltiples registros.
En primer lugar la producción de postales, desde las simplemente picantes hasta las abiertamente pornográficas, fabricadas principalmente en Francia, aunque también hubo empresarios españoles de este ramo. Estas postales a menudo se guardaban disimuladas por sus coleccionistas, en álbumes que contenían estampas religiosas o fotografías de la familia real.
En segundo lugar, una gran variedad de literatura erótica, desde los panfletos más brutalmente obscenos, editados clandestinamente (con nombre ficticio y alusivo de autor y de la editorial, por ejemplo “Barón del Perote”, editorial Falo) y vendidos en burdeles, hasta novelas cortas de cierta calidad literaria, como las publicadas por Felipe Trigo, Álvaro de Retana o Joaquín Belda, pasando por esos folletines “ardorosos”, “para leer con una sola mano”, que se distribuían bajo cuerda por parte de algunos comerciales.
En tercer lugar, el mundo del espectáculo: vodeviles, cuplés y revistas satíricas con escenas que iban desde lo galante y pícaro hasta lo chabacano. Fue famosa, por ejemplo, la canción de La Pulga, un número erótico importando de Francia, que podía verse en Madrid a finales del siglo XIX en el Teatro Barbieri, interpretado por la Bella Chelito.
A este muestrario hay que añadir la introducción del cinematógrafo. Las primeras tres producciones españolas del género pornográfico datan de comienzos de la década de los veinte. Se titulan “El Ministro”, “Consultorio de Señoras” y “El Confesor”, y en ellas se mezcla el erotismo descarnado con la sátira política y anticlerical.
Todo este despliegue de cultura erótica fue bautizado por el escritor madrileño Álvaro Retana, como “La Ola Verde”. Pero el término que mejor lo expresa y que era de uso común en la España de los años 20 y 30, era el de “sicalipsis”, que procede de los vocablos griegos sykon (vulva) y aleptikós (excitación). La sicalipsis abarcaba todo este complejo de productos y consumos eróticos.
La Masturbación: del infierno a la terapia
Antes, al referirme al “vicio contra naturaleza”, mencioné una de sus variantes: la “molicie” o “polución voluntaria”, que hoy (bajo una conceptualización diferente) está de actualidad a raíz de cierto vídeo de una concejala española difundido por Internet. Pese a su gravedad en el catálogo establecido por Tomás de Aquino, no era un pecado que obsesionara excesivamente a las autoridades civiles y religiosas de la edad moderna, salvo a las personas encargadas de supervisar a los que vivían bajo disciplina eclesiástica en conventos e internados.
El “gran pánico” suscitado por la masturbación fue más bien de origen sanitario y tuvo su punto de partida en el difundidísimo texto (63 ediciones entre 1760 y 1905) de un facultativo suizo: Samuel Auguste Tissot, L’Onanisme, 1758 ed. latina, 1760, ed. francesa).
Este doctor presentaba un amplio repertorio de casos clínicos mostrando los efectos devastadores de la masturbación, no sólo para la salud individual (consunción de la espina dorsal, “locura masturbatoria”, tísis, ceguera, etc..) sino para la colectiva, ya que aquejaba a los afectados, de impotencia y esterilidad.
El gran miedo de origen médico, extendido entre los siglos XVIII y XIX, se refería principalmente al onanismo masculino, considerándose que el derroche inútil de esperma producía el deterioro masivo de la energía vital. El onanismo femenino también fue objeto de preocupación, pero se entendía como causa o síntoma de una enfermedad mental (el furor uterino o ninfomanía)  y no tanto como una patología “total”, con derecho propio.
Las campañas para desarraigar el “funesto hábito” apuntaban tanto  a las familias (“vicio solitario”) como a los internados (“vicio escolar”). Los higienistas daban consejos a los padres acerca de la vigilancia de criados y nodrizas y proponían técnicas para detectar la presencia del vicio (examen de la tonalidad y textura de las manchas de la ropa interior, inspección ocular del rostro y la conducta del muchacho, irrupción “in fraganti” en el dormitorio) así como todo un arsenal terapéutico (desde el bromuro de alcanfor, la ligadura del pene, la cauterización de la uretra, el “dispertador electro-médico”, el psicróforo o sonda conectada a la uretra, anillos espinados, arneses acorazados, ropa de cama especial).
Hoy nos sonreímos ante esta pretérita parafernalia antimasturbatoria, pero en realidad podríamos hacerlo de nosotros mismos. Nuestros sexólogos afortunadamente ya no etiquetan de patológico al onanismo, pero, de un modo no exento de ridiculez, consideran la ausencia de esta práctica como indicio de un potencial trastorno.
Sugieren por ello que los padres y educadores deberían preocuparse si el adolescente o la adolescente no se masturban, pues ello apuntaría a un déficit a la hora de conocer y comunicarse con su propio cuerpo, con posibles secuelas futuras de frigidez o impotencia.
Pero no hay que extrañarse; la cultura propia del primer capitalismo industrial, que ponderaba el ahorro, la autodisciplina y la restricción del dispendio suntuario, veía en el onanismo un gasto superfluo, improductivo. En nuestro tardocapitalismo, sustentado en el consumo y en la continua producción de nuevas necesidades (del móvil al Ipad), el que no se masturba es sólo un mal cliente potencial.   
 
Bibliografía
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