Una de las formas más disolventes del espíritu mercantil se disfraza de populismo. Las instituciones, resultado imperfecto de una razón pública conflictiva, se presentan como intrínsecamente perversas frente a los deseos -socialmente manipulados- o los caprichos -psicológicamente inestables- de los clientes. El ataque a la universidad -contra sus normas, sus requisitos, sus criterios objetivados- es un ataque contra el monopolio público de la acreditación de los sujetos. Claro que en la universidad siempre hay -muchas- distorsiones de la razón pública, ya sea por intereses privados o por coaliciones burocráticas, por jerarquías arbitrarias o por colusiones vergonzantes con los poderes privados. Pero la defensa contra estas se encuentra dentro de lo público, no en su disolución a través de la extensión de un mercado falseado, como todos, por las relaciones de poder, por la escasez material de los sujetos -en la que abrevan los populistas- y por los deseos de omnipotencia de las empresas -siempre ansiosas de producir sujetos dóciles y útiles en la universidad-. Para que haya mercado económico -cabría demostrarlo- todo no puede ser mercado: ni las relaciones afectivas, ni las laborales, ni las ecológicas, ni las jurídicas ni las educativas.
Permítasenos recuperar el título de un clásico -con muchísimas sombras y en buena medida de herencia sombría- del pensamiento crítico para introducir este divertido y necesario artículo de Francisco Vázquez.
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