María Francisca Fernández sobre La norma de la filosofía
En el número 22 de la Revista Española de Sociología (RES) María Francisca Fernández reseña La norma de la filosofía: la
configuración del patrón filosófico español tras la Guerra Civil, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013.
Quien estudie el ámbito intelectual español
reciente se encontrará con un relato bien asentado sobre los efectos de la
Guerra Civil y la posterior transición. Básicamente este relato señala,
primero, que la victoria de Franco acabó con la vida intelectual trasformando a
España en un erial, por lo menos hasta mediados de los cincuenta, y luego, que
la modernización intelectual se dio paralelamente y en estrecho vínculo con el
tránsito ideológico de toda una generación de falangistas de “corazón liberal”.
El presente trabajo de Moreno Pestaña se enfrenta a este relato
relativizándolo, no sin recoger lo que él tiene, en parte, de realidad.
Para ello el autor propone una sociología de la filosofía española. Pero ¿qué es esto? ¿Puede la ciencia social ayudar a comprender mejor a los filósofos y sus filosofías? La respuesta es, según Moreno Pestaña, sin duda positiva. Lo que se gana con esta perspectiva es dar cuenta de la relación de la filosofía con las problemáticas concretas en las que se gestó, dimensión sin la cual no se comprende históricamente un pensamiento. El acontecimiento Guerra Civil toma así centralidad en un relato en el que se dan cita tres perspectivas de análisis. La que hace atención a la historia interna de las ideas, con su historicidad particular que conforma “una pantalla filosófica de doctrinas” (p. 173) a las que se enfrenta el filósofo; la trayectoria de los filósofos que las encarnan, con la diversidad de condicionantes vitales: origen social, formación y posición institucional, tienen un lugar importante en la descripción; y por último, una dimensión contingente en forma de acontecimiento.
Para ello el autor propone una sociología de la filosofía española. Pero ¿qué es esto? ¿Puede la ciencia social ayudar a comprender mejor a los filósofos y sus filosofías? La respuesta es, según Moreno Pestaña, sin duda positiva. Lo que se gana con esta perspectiva es dar cuenta de la relación de la filosofía con las problemáticas concretas en las que se gestó, dimensión sin la cual no se comprende históricamente un pensamiento. El acontecimiento Guerra Civil toma así centralidad en un relato en el que se dan cita tres perspectivas de análisis. La que hace atención a la historia interna de las ideas, con su historicidad particular que conforma “una pantalla filosófica de doctrinas” (p. 173) a las que se enfrenta el filósofo; la trayectoria de los filósofos que las encarnan, con la diversidad de condicionantes vitales: origen social, formación y posición institucional, tienen un lugar importante en la descripción; y por último, una dimensión contingente en forma de acontecimiento.
Esta propuesta teórico-metodológica está
expuesta en una larga introducción, de la que habría que destacar también la
exposición de las relaciones posibles entre la filosofía y la sociología (y en
general de la filosofía con las ciencias sociales). Aquí se sostiene que estas
disciplinas, aunque independientes, se encuentran, tanto por sus objetivos como
por las características de sus objetos de estudio en un proceso constante y
tenso de hibridación o mutua implicación. El libro se incluye de esta manera en
un proyecto intelectual más amplio, que se desarrolla en la Universidad de
Cádiz junto a Francisco Vázquez, entre otros investigadores, y que ha dado ya,
junto al presente libro, tres entregas de trabajos de sociología del
pensamiento español: de Moreno Pestaña, Filosofía
y sociología en Jesús Ibáñez.
Genealogía de un pensador crítico, Siglo XXI,
Madrid, 2008; de Francisco Vázquez García, La
filosofía española: herederos y pretendientes. Una lectura sociológica (1963-1990), Abada, Madrid, 2009. Este último, para quien se interese por el
tema, es una lectura obligada como continuidad de La norma…
El libro se ofrece en una introducción y
cuatro capítulos que recogen tres debates intelectuales. En estos debates —y
por ello, justifica el autor, se prefiere el estudio de debates antes que de
escuelas o grupos— se juega la definición del filósofo y se configura “la
norma” que regirá en gran medida la filosofía posterior.
En el primer capítulo, “Trayectorias de
filósofos y Guerra Civil española”, se analiza el efecto que la Guerra Civil
tuvo sobre el campo filosófico. En él se describen las condiciones sociales
necesarias para ser considerado filósofo antes de la guerra y las
trasformaciones que esta significó. Aquí Moreno Pestaña muestra, apoyado en
documentos inéditos, los esfuerzos inmediatos que se hicieron para que “el más
alto exponente del neoescolasticismo” (p. 69), el padre Santiago Ramírez,
cubriera la cátedra de Metafísica de Ortega. Se introduce el primer debate en
torno a la calidad filosófica de Ortega y su escuela. Lo interesante de esta
reconstrucción es que muestra lo que hay de ruptura y de continuidad con el
estado inmediatamente anterior del campo filosófico y especifica de manera
concreta las formas en que la victoria de Franco institucionaliza una corriente
filosófica (el neotomismo), que es también un proyecto intelectual ligado a
personajes con características sociales bien definidas.
En el capítulo dos se presenta el debate
sobre la teoría de las generaciones entre Pedro Laín y Julián Marías. El lector
encontrará aquí la exposición de una discusión que contradice la supuesta
nulidad intelectual de los años cuarenta. La problemática planteada, sobre la
naturaleza de la filosofía y su relación con la historia, da cuenta de la
persistencia en España de un debate internacional de ascendencia alemana, que
en los cuarenta aún conformaba el presente intelectual para un Laín formado en
el contexto de la universidad republicana. Gran parte de este capital cultural
se perderá con la disolución de la Escuela de Ortega.
El tercer capítulo explora la “Estabilización
del nuevo canon” tras la victoria de Franco. Este, argumenta el autor, va a
definir la filosofía como una actividad cerrada sobre sí, la filosofía como
“cultivo de textos y la producción de los mismos” (p. 127), como comentario
especializado de filosofemas en gran medida independientes de los contextos
tanto sociales como intelectuales en que fueron pensados. Con las herramientas
de la sociología, Moreno Pestaña va a defender lo siguiente, y esta es una de
las propuestas centrales del libro: el modelo intelectual ligado al
neoescolaticismo, es decir, la filosofía como comentario de textos filosóficos,
permanece “en las estructuras mentales de los agentes” (p. 128) más allá del
contenido neoescolástico y esta norma de la filosofía, esta forma de ser y
concebir el trabajo filosófico, se torna hegemónica en la transición. En la
renovación y la apertura a la vanguardia internacional persiste una concepción
mayoritariamente cerrada de la filosofía. Esta propuesta, polémica por cierto,
puede ser un fructífero analizador del ámbito intelectual español en la
transición con resonancia hasta la actualidad.
Finalmente el cuarto y último capítulo “¿Cómo
continuar con la filosofía?” reconstruye el frustrado debate entre Gustavo Bueno
y Manuel Sacristán de fines de los sesenta —frustrado, pues Sacristán
lamentablemente guardó silencio—. Aquí Moreno Pestaña pone a funcionar su propuesta
sociológica en este caso centrado en el análisis de la transmisión intelectual.
Propone en este capítulo otra hipótesis polémica, a saber, aquella que defiende
la coincidencia de fundamentos intelectuales entre Sacristán y Bueno, ambos
marxistas aunque bien diferentes uno del otro. Esta coincidencia, argumenta el
autor, emana de una misma raíz teórico-filosófica y está asentada en una
experiencia generacional compartida, característica de un momento histórico en
el cual Ortega tuvo un papel fundamental para aquellos jóvenes que iniciaban su
vida intelectual alrededor de los años cincuenta. Evidentemente es muy difícil sostener
tal hipótesis si se considera exclusivamente, ya sea la comparación de
constructos filosóficos, ya sea la orientación política de los involucrados. La
convergencia entre historicismo orteguiano y marxismo se construye sobre una
red argumentativa compleja que hilvana la teoría en la trayectoria individual y
social de sus protagonistas.
Moreno Pestaña nos presenta una
reconstrucción compleja, atenta a fuentes empíricas diversas (textos
filosóficos, entrevistas, trabajo sobre archivos, memorias, correspondencia),
que tiene como objetivo “dibujar con toda la densidad posible” (p. 115) los
múltiples efectos de la Guerra Civil para el campo intelectual. El resultado es
un libro relativamente breve (214 páginas), de un estilo claro y directo mas
sin por ello perder en consistencia y profundidad. Tanto por la innovación
metodológica como por el rendimiento que de ella se deriva—en una reflexividad
constante sobre el material empírico—, considero que este es uno de los trabajos
más interesantes que se han realizado sobre filosofía española. Una sociología
empírica que tiene como objeto de estudio los discursos dominantes es un
trabajo que está muy expuesto a la crítica. Resulta mucho más polémico que
otros objetos de estudio, pues apunta a dilucidar los implícitos que organizan
el discurso legítimo, por tanto, las condiciones de producción de la verdad y
la historia. Por ello este libro, además de ser un trabajo de gran calidad, es
una propuesta valiente, que nace del compromiso del autor con la veracidad
científica, asentado por lo demás en un fino y sobrio paladar epistemológico. Que
otra selección de fuentes es posible, que una interpretación alternativa de las
mismas también lo es, es cierto, pero estos riesgos son característicos de toda
ciencia social que no esquive la complejidad del material empírico ni pretenda
acomodarlo, sin más, a la razón teórica. La racionalidad en ciencias sociales
se juega en un equilibrio precario entre pruebas parciales y coherencia de los
supuestos teóricos, estos cuando se ensambla bien conforman una racionalidad
situada, que debe atender tanto a la complejidad empírica como al “sentido
común” de la ciencia. Moreno Pestaña, formado en la escuela de la epistemología
francesa y traductor de Jean-Claude Passeron, maneja solventemente este alto
estándar científico. La crítica que se haga a este trabajo debe considerarlo.
Por último, hay que señalar que la apuesta
intelectual de Moreno Pestaña tiene una evidente inspiración orteguiana,
presente de forma trasversal en el libro. Una inspiración crítica y selectiva
que recupera y continúa la herencia de una filosofía racionalista, en
hibridación con las ciencias sociales, fertilizándola con la sociología
francesa (Pierre Bourdieu) y anglosajona (Randall Collins y Martin Kusch). El
autor, como todo intelectual creativo, se encuentra inmerso en redes
intelectuales heterogéneas (p. 101). En este contexto hay que entender su
posicionamiento dentro de una genealogía intelectual de ascendencia orteguiana.
Ella tiene, como diría el autor, dos supuestos: primero, que hay una herencia
nacional intelectualmente valiosa; y segundo, que paradójicamente la
persistencia de una norma implantada bajo el nacionalismo fascista ha hecho a
la inteligencia española sorda de su propia tradición.
MARÍA FRANCISCA FERNÁNDEZ CÁCERES
mariafrancisca55@gmail.com
Doctoranda-investigadora, Área de Filosofía de la Universidad de Cádiz
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