Saturday, December 22, 2012

Dos reseñas de Francisco Vázquez sobre libros de Marisa Miranda y Rafael Huertas



En las revistas de Historia de la Ciencia, Dynamis 201; 32 (2012), 1, pp. 245-247 y Asclepio, LXIV (2012), 2, pp. 610-613, se han publicado sendas recensiones de Francisco Vázquez sobre dos recientes trabajos de la profesora argentina Marisa Miranda y del investigador del CSIC, Rafael Huertas. Se trata respectivamente de Controlar lo incontrolable. Una historia de la sexualidad en la Argentina, Buenos Aires, Editorial Biblos, 2011 y de Historia cultural de la psiquiatría. (Re) pensar la locura
Madrid, Los Libros de la Catarata, 2012. Debajo reproducimos ambas reseñas:

 
Marisa Miranda. Controlar lo incontrolable. Una historia de la sexualidad en la Argentina, Buenos Aires, Editorial Biblos, 2011, 243 p. ISBN 978-950-786-876-4, 10’36 euros

 

Este libro excelente ofrece un diagnóstico acerca de la actualidad de la regulación de la sexualidad en Argentina, apoyándose en el análisis histórico. Como bien se deja claro desde el comienzo, no se trata de una historia de los comportamientos sexuales ni de las mentalidades acerca de la sexualidad. Se está más bien ante lo que podría llamarse, en clave foucaultiana, una historia de las “problematizaciones”. Esta consiste en un examen crítico de las propuestas tendentes al gobierno de la conducta sexual como parte del gobierno “biopolítico” de la población argentina. Lo estudiado consiste en programas de intervención, el modo de gestionarlos, su eventual conformación como propuestas legislativas y los efectos de su aplicación.

Estas problematizaciones o tipos de racionalidad sirvieron a una modalidad de biopolítica y a una serie de tecnologías igualmente específicas. Se trata de la biopolítica, entre “interventora” y “autoritaria” –por emplear conceptos que hemos articulado en otro lugar- desplegada en un periodo particularmente accidentado de la historia argentina, caracterizado por la alternancia entre ciclos democráticos y fases de golpismo militar. Las tecnologías en cuestión tienen que ver con la eugenesia. Aquí la autora perfila un concepto especialmente fecundo; el de “eugenesia latina”, una trama de procedimientos y de discursos marcada por la hibridación de perspectivas ambientalistas y hereditaristas; la relativa armonización con los planteamientos de la Iglesia Católica en materia de moral sexual y familiar y la filiación con la biotipología italiana formulada por Nicola Pende, antes que con la eugenesia ortodoxamente galtoniana. La importancia de esta variante eugenésica en la biopolítica argentina del periodo considerado, es espectacular. El libro lo muestra poniendo de relieve la existencia de poderosas asociaciones (como el Museo Social Argentino, la Sociedad Eugénica Argentina y la Liga Argentina de profilaxis Social) e influyentes personajes (como Arturo Rossi, Carlos Bernaldo de Quirós o Aráoz Alfaro) que irrigaron con sus planteamientos eugenésicos la administración de la población argentina –desde las políticas sociales del justicialismo hasta el genocidio emprendido por la última dictadura militar- y todo ello hasta fechas increíblemente recientes.

En esta preferencia por la indagación de las estrategias eugenésicas, la autora se ocupa de todo lo relacionado con lo que Foucault denominó el “cuarto eje” del dispositivo de la sexualidad: la socialización de las conductas procreadoras, esto es, la gestión, subordinada al interés público, de las conductas sexuales en tanto involucradas en los procesos reproductivos. La autora pasa revista a este asunto en el curso de los seis capítulos que se ocupan respectivamente de “la construcción científica de la otredad” (esto es, el aval científico de la estigmatización de los “diferentes” en materia sexual); el noviazgo (consulta prenupcial, certificado prenupcial, etc..); el matrimonio y el divorcio (profilaxis antivenérea y políticas de la prostitución incluidas); las uniones ilegítimas y la acción contra la soltería; la maternidad y la lactancia mercenaria y, finalmente, la hegemonía heterosexual (en la medida en que el homosexual ostentaba un placer inútil, sin rendimiento procreativo).

En cada uno de estos apartados se explora con solvencia el papel desempeñado por los distintos expertos, asociaciones y organismos implicados en los diversos dispositivos de intervención. Se ponen de relieve las alianzas, pero también las fricciones y tensiones entre las diferentes lógicas y agentes (Iglesia, ejército, judicatura, corporaciones médicas y asistenciales, partidos políticos, Parlamento, etc.) implicados. Tiene mucho interés la continua alusión –mediante análisis comparados y de recepción- a los modelos de intervención eugenésica articulados en la Italia fascista (con la alusión eminente a la obra de Pende y a las medidas biopolíticas mussolinianas) y en la España franquista (con la remisión primordial a la obra de Vallejo Nájera). Para el historiador de la sexualidad en España, el libro ofrece interesantísimas pistas acerca de la recepción de la obra de Marañón en Argentina, de las implicaciones del caso Hildegart en el país andino o del peculiar periplo intercontinental del cantante Miguel de Molina. 

Aunque la referencia al enfoque genealógico de Foucault y a su noción de biopolítica son de obligado cumplimiento en un libro como este, su autora propone también –sabiendo disimular con maestría lo teórico bajo el trabajo empírico- otros ejes de lectura que rectifican y enriquecen el clásico relato foucaultiano. La preocupación constante por captar el sesgo excluyente , es decir heterófobo, de las estrategias eugenésicas desplegadas, vincula a este libro con el análisis de la lógica inmunitaria presentado por Roberto Esposito en sus trabajos sobre biopolítica. Esta orientación le permite al mismo tiempo calibrar la virtual supervivencia de restos excluyentes (por ejemplo en las políticas arbitradas en la prevención del VIH) en la actual biopolítica argentina, más allá de la actitud favorable ante unas propuestas (como la reciente ley de matrimonio igualitario) que apuntan a la inclusión ciudadana.

Por último, la autora incorpora en su investigación el enfoque en términos de género. La trama biopolítica que subtiende a la regulación de la sexualidad en Argentina tiene como blanco la población y su optimización, pero se dirige también a conformar un tipo de familia caracterizado por el afianzamiento de la división dicotómica entre los géneros. Pues bien, también en este caso se detecta la tendencia actual –aquí es crucial la referencia al movimiento de las “madres” y “abuelas” de Mayo- a un cierto aunque limitado debilitamiento de esa estructura dicotómica.

En su trabajo, la autora mantiene relaciones muy fructíferas con el grupo de investigación radicado en el Instituto de Historia de la Ciencia del CSIC (Raquel Álvarez, Rafael Huertas, Ricardo Campos, Andrés Galera, Álvaro Girón, etc..), que tanta importancia ha tenido para el desarrollo de la historia de la eugenesia y de la sexualidad en el mundo español e hispánico, en general. Al mismo tiempo, su obra pone al descubierto el excelente y creciente plantel de estudiosos argentinos que se ocupan de estas materias. Esperemos que esta valiosa contribución sirva para tender puentes entre los investigadores de ambos lados del Atlántico, haciendo posible algo que ya es hora de reclamar: una historia comparada de la eugenesia y de la sexualidad en el mundo latino.

                                 Francisco Vázquez García, Universidad de Cádiz


Rafael Huertas. Historia cultural de la psiquiatría. (Re) pensar la locura
Madrid, Los Libros de la Catarata, 2012, 221 págs. [ISBN 978-84-8319-695-3]

El extraordinario e innovador impulso recibido por la historia de la psiquiatría en los últimos cincuenta años –cuyo inicio estuvo marcado por la publicación en 1961 de la Historia de la locura de Michel Foucault- requería sin duda una puesta al día que ordenara sintéticamente las distintas opciones teóricas y metodológicas involucradas, cartografiando el perfil de los debates más importantes y de las pistas con más porvenir dentro de la disciplina. La flamante monografía de Rafael Huertas, cuya prolongada trayectoria dentro del puntero grupo de investigadores del Departamento de Historia de la Ciencia (CSIC) es bien conocida, cumple sin duda estos requisitos, dando forma a un completísimo estado de la cuestión, pero su alcance va mucho más allá.

En su trabajo se lleva a cabo una acabada reconstrucción del campo internacional de la historiografía psiquiátrica en su conjunto, pero al mismo tiempo se elabora una propuesta propia y original. Esta se define a partir de un diálogo con las principales alternativas que jalonan ese campo. Haciendo gala de ese sano “eclecticismo” que Jean-Claude Passeron supo ponderar en las disciplinas de corte multiparadigmático,[1] Rafael Huertas no se limita a postular la complementariedad de los distintos enfoques convocados, desde la narrativa del “control social” (Foucault, Castel) hasta la “historia conceptual” (Berrios), pasando por el modelo dialógico (Swain, Gauchet), el “nominalismo dinámico” (Hacking), “la historia desde abajo” (Porter) o el análisis de las retóricas de legitimación profesional (Goldstein). Más allá de la tendencia a considerar estas álgebras de descripción histórica como mutuamente excluyentes, se insiste en la complementariedad de las distintas inteligibilidades que proporcionan. Se hace valer así un pluralismo metodológico efectivo, integrando dialécticamente las diversas perspectivas concernidas e ilustrándolo mediante la exhibición de casos históricos concretos.

En esa propuesta se rechaza el positivismo de una psiquiatría plenamente naturalizada, que habría encontrado al fin un paradigma estable y unificado en el lenguaje de las neurociencias y donde el síntoma quedaría identificado con una carencia o disfunción, explicable exclusivamente a partir de patrones neurobiológicos que permitirían obviar toda referencia al contexto.[2] En cambio, la exigencia de emplazar al síntoma en la trayectoria vital del paciente y en la trama histórica y política de las instituciones y de los sistemas socioculturales, aproxima este trabajo, por un lado, a las tradiciones del psicoanálisis y de la fenomenología, y por otro, a los enfoques del constructivismo social y de la genealogía foucaultiana.

Sin embargo esta vecindad de la propuesta de Huertas con tendencias de signo antropológico o crítico-emancipatorio no lo llevan en ningún momento a recusar, como sucede en el “foucaultismo vulgar”, en diversas advocaciones del “control social” o en ciertas versiones postmodernas del constructivismo, la intención científica y terapéutica del saber psiquiátrico. Este encuentra su lenguaje propio en una semiología de proyección clínica, una tradición casi bicentenaria que tiene la peculiaridad de formularse como praxeología, como “teoría para la práctica”, donde la demanda de remedio por parte del enfermo prima sobre el intelectualismo dogmático de las doctrinas.

Rafael Huertas levanta acta de la debilidad teórica de la psiquiatría en el tiempo presente, del desafío que para su especificidad como conocimiento representa hoy la expansión imperial de las neurociencias y, por último, de la necesidad de recurrir a la historia para sortear estos peligros. La historia de la psiquiatría le permite al pensamiento psicopatológico una ganancia de reflexividad, ayudando a contextualizar sus objetos en el curso de la experiencia individual y colectiva. Al mismo tiempo, las reconstrucciones históricas se revelan necesarias para reactualizar ese legado bicentenario que representa el lenguaje clínico de los síntomas. La historia aparece entonces como el laboratorio de la epistemología, definida por Huertas en términos casi literalmente bourdieusianos, como conciencia crítica de lo que se hace;[3] en este caso de lo que hacen los psiquiatras cuando actúan de un modo y no de otro.

La propuesta se articula a través de un diálogo jalonado en siete estaciones. En cada una de ellas se confronta críticamente una determinada perspectiva y las controversias a ella vinculadas.

El planteamiento contrastado en el primer capítulo es la hipótesis del “control social” y los interlocutores privilegiados son Michel Foucault y su discípulo Robert Castel. Se reconstruye la historia del concepto de “control social” desde su contexto funcionalista inicial hasta sus implicaciones en una ciencia social crítica que arranca con la Escuela de Frankfurt y llega hasta la antipsiquiatría, pasando por los trabajos de Goffman y de los representantes de la label theory. Esta tradición tiene el mérito de haber inaugurado una historiografía crítica que da cuenta de los nexos que unen al saber psiquiátrico con el ejercicio del poder en nuestras sociedades. Al mismo tiempo se señalan las debilidades de estas narrativas: la falacia del manicomio como laboratorio de normalización social, el mito de la sociedad plenamente “disciplinada”, la visión monolítica y homogénea del poder de los expertos, la pasividad de los gobernados y el énfasis en un engañoso “orden psiquiátrico”.

En el segundo capítulo se pasa revista a aquellos trabajos que subrayan la condición liberadora, democratizadora, dialogante y terapéutica del saber psiquiátrico. Aquí los interlocutores de referencia son Gladys Swain y en menor medida Marcel Gauchet. Las investigaciones de estos estudiosos, que insisten en los atributos de la psiquiatría que acaban de mencionarse, suelen aparecer contrapuestos a la línea abierta por Foucault y Castel. El capítulo tiene el mérito de demostrar la complementariedad de ambas perspectivas; cada una de ellas ilumina un aspecto del alienismo, variable según se opte por la vía amable del tratamiento moral que ofrece Pinel, o por la variante sombría expuesta por Leuret.

En el tercer capítulo el problema no es ya si la práctica psiquiátrica es un instrumento de control social o un diálogo con el “insensato”, integrador de su subjetividad. Aquí el concepto guía es el de “profesión”: ¿en qué medida constituye la psiquiatría un campo profesional autónomo?; ¿qué funciones legitimadoras desempeña este ámbito corporativo? La interpelación procede principalmente de los trabajos de Jan Goldstein. En Console and Classify y en The Postrevolutionary Self, esta historiadora, sustentada en un saludable eclecticismo sociológico, ha sabido deslindar las “políticas de patronazgo” que subtienden a las redes profesionales de la psiquiatría, localizando las dinámicas de monopolio que acompañan a la formación y difusión de ciertos conceptos (“monomanía”, “histeria”) condicionados a su vez por los espacios de observación privilegiados en las trayectorias respectivas de los especialistas. La obra de Goldstein consigue así aglutinar la historia intelectual de las evoluciones conceptuales, la historia social de las estrategias profesionales y los grupos de intereses, y la historia política de las técnicas para la gestión de poblaciones.

El capítulo cuarto pone sobre el tapete el debate acerca del construccionismo. En este caso, la brújula de la discusión la suministran principalmente los trabajos de Ian Hacking acerca de “enfermedades transitorias” -históricamente mudables y relativamente efímeras- como la personalidad múltiple o el automatismo ambulatorio. Aunque Hacking se muestra muy crítico con un construccionismo irrestricto que no respeta la distinción entre clases conceptuales (indiferentes, interactivas, híbridas), sus estudios, bien delimitados empíricamente pero de intención más epistémica que histórica, muestran el carácter pasajero e históricamente construido de ciertas enfermedades mentales. Se constata la fecundidad del modelo vectorial de análisis (el “nicho ecológico” de las enfermedades) propuesto por el canadiense, así como su exploración del efecto “bucle” en los procesos de invención de tipos de persona. Al mismo tiempo se señalan sus limitaciones: lo que a menudo parece la descomposición histórica absoluta de un síndrome o de un trastorno, puede ocultar un fenómeno de evolución conceptual, cuando, como estudió Canguilhem, una continuidad conceptual se disimula bajo un desplazamiento terminológico. Algo así sucedió en los casos de la monomanía y la histeria.

Si la fortaleza principal del esquema constructivista de Hacking consiste en mostrar el condicionamiento cultural de las enfermedades, el mérito más destacado de Germán Berrios y del grupo que lidera en Cambridge –cuyas contribuciones se evalúan en el quinto capítulo- consiste en intentar reactualizar el lenguaje semiológico de la psicopatología clásica. Esto les ha conducido a elaborar una historia conceptual de la psiquiatría cuya intención es mejorar el basamento teórico de esta disciplina. Frente a la acefalia crónica de manuales de diagnóstico como el DSM, alérgico a toda elaboración teórica y obsesionado con la fiabilidad estadística de las definiciones propuestas, Berrios y su equipo hacen prevalecer la validez de las explicaciones proporcionadas por un discurso semiológico fundado en la experiencia clínica.

Las principales debilidades de esta historia conceptual de los síntomas, tienen que ver con su aferramiento a un modelo exclusivamente biomédico. En sus críticas a la historia externalista de la psiquiatría, Berrios y sus discípulos corren el riesgo de dejar a un lado los elementos contextuales, reduciendo el síntoma a la expresión de meras señales neurobiológicas. Al mismo tiempo, su reactualización de las descripciones psicopatológicas del pasado puede derivar en un presentismo que olvida la dimensión histórica y mudable de las enfermedades mentales.

En este punto y recuperando las aportaciones de la psicopatología fenomenológica y de los enfoques psicodinámicos –poco estimados por Berrios y su grupo, Huertas propone un modelo integrador que supere la dicotomía entre internalismo y externalismo y atienda a la dimensión de la subjetividad en la práctica clínica.

Precisamente el capitulo sexto se refiere a este asunto. ¿Cómo afrontar una historiografía psiquiátrica que, sin renunciar a sus funciones epistemológicas, acoja la experiencia del paciente y dé cuenta de la condición praxeológica (teoría de una práctica) de la psicopatología? En este caso, el interlocutor de turno es Roy Porter, autor de un programa pionero para escribir la historia de la psiquiatría “desde abajo”. Esto implica dar un lugar preferente a la documentación de los archivos clínicos, hasta ahora no suficientemente atendida. En estas fuentes (los historiales clínicos) se advierte por un lado la diferencia entre las formulaciones abstractas que aparecen en los tratados médicos y las peculiaridades contingentes de la práctica clínica cotidiana. Por otro lado, en estos depósitos se encuentra también buena parte del corpus (cartas, diarios, peticiones, etc.) que permite escuchar la voz de los pacientes y el recuento de su experiencia en primera persona. Esta es una de las vías más prometedoras para la futura historiografía psiquiátrica y responde a la vocación del psiquiatra en pro del diálogo con el enfermo y d ela apertura a su individualidad concreta.

El libro concluye con un capítulo dedicado a justificar, en la línea de lo indicado al comienzo de este comentario, el valor de la historiografía psiquiátrica como herramienta de reflexión epistemológica y como ayuda para el mejoramiento teórico de la propia psiquiatría. Siguiendo aquí una estela abierta por Lanteri-Laura, discípulo de Canguilhem, se pondera la necesaria cooperación (“interacción dinámica”) entre psiquiatras e historiadores, evitando al mismo tiempo los peligros del anacronismo y la falacia de una “historia anticuaria” que pretende desvincular la actualidad psiquiátrica respecto a la herencia histórica que la conforma. En esta epistemología histórica que pretende vertebrar las diferentes dimensiones (experiencia histórica y política, experiencia del sujeto enfermo, experiencia clínica recogida en el lenguaje de los síntomas) de la práctica psiquiátrica, Huertas encuentra el mejor antídoto contra las nuevas formas de reduccionismo que asedian hoy al pensamiento psicopatológico. No habla de oídas; el engarce entre las diversas tradiciones invocadas no consiste en un comentario o amalgama de textos escritos por otros. En la mayoría de los casos y como historiador practicante de largo aliento y experiencia, Rafael Huertas ha puesto a prueba los distintos enfoques mencionados en su libro. Por su eso su lección vale por dos.             

 Francisco Vázquez García. Universidad de Cádiz



[1] Passeron, J.C. (2006), Le raissonnement sociologique. Un espace non poppérien de l’argumentation, Paris, Albin Michel, p. 552
[2] Sobre la imposibilidad del “cierre semántico” en ciencias sociales, eludiendo el contexto gracias al lenguaje formalizado de las variables o, en este caso, al lenguaje transhistórico de la neurobiología, véase Passeron (2006), p. 621
[3] Sobre la epistemología como reflexión que apunta a poner al día los esquemas de la práctica científica, tanto en sus errores como en sus éxitos, véase Bourdieu, P. y Wacquant, L., Réponses. Pour une anthropologie réflexive, Paris, Ed. Du Seuil,  p. 196




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