Friday, December 21, 2012

Recensión de Nerea Aresti del libro "Los hermafroditas"


En el último número publicado de la  Arenal. Revista de Historia de las Mujeres, 19 (2012) 1, pp. 258-261, ha salido una recensión del libro de Richard Cleminson y Francisco Vázquez, Los hermafroditas. Medicina e identidad sexual en España (1850-1960). Su autora es Nerea Aresti, profesora de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco y una de las máximas especialistas españolas en los Estudios de Género. Reproducimos debajo su texto.




 
 
 

VÁZQUEZ GARCÍA, Francisco y CLEMINSON, Richard: Los hermafroditas.
Medicina e identidad sexual en España (1850-1960). Granada,
Comares Historia, 2012.
La publicación de un nuevo libro por el filósofo Francisco Vázquez García
y el hispanista y especialista en estudios culturales Richard Cleminson es
siempre una buena noticia para la historia de las mujeres y de género. Tras
su brillante trabajo Los invisibles, en el que nos acercaban a una historia
de la homosexualidad masculina en la España contemporánea, el presente
volumen nos sitúa ante un objeto de estudio cuya elección lleva ya implícito
un ejercicio de crítica. Publicada originalmente en inglés en 2009, la obra
Los hermafroditas. Medicina e identidad sexual en España (1850-1969) es
un apasionante recorrido histórico por la “ciencia del hermafroditismo”, es
decir, por los modos en los que esta categoría ha sido construida en diferentes
contextos y por diversos sujetos, con especial atención a los discursos médicos.
Y todo ello dando protagonismo a la experiencia de vida de los seres
humanos cuyos cuerpos materializaban el problema a resolver. El objetivo
es así la historización de la diferencia sexual a partir de sus márgenes más
inestables, desde los cuerpos que desafían el binarismo hombre/mujer y la
idea de que el sólo se puede tener uno de los dos sexos posibles. El libro
de Cleminson y Vázquez García contribuye así a cuestionar un orden que
se pretende inalterable y que ellos muestran cambiante, examinando “cómo
el sexo, el género y el cuerpo han sido construidos a la vez discursiva y
socialmente” en el curso de los últimos siglos. Los hermafroditas es, por
lo tanto, en su planteamiento y desarrollo, un texto crítico.
El libro es además el resultado de una impecable investigación histórica
apoyada en categorías y referentes epistemológicos de procedencia pluridisciplinar
y con clara vocación comparativa. Si bien el ámbito cronológico
del estudio abarca fundamentalmente la segunda mitad del siglo XIX y la
primera del XX, los autores nos ofrecen dos capítulos iniciales que considero
de gran valor. El primero de ellos dibuja las principales líneas de análisis
histórico del hermafroditismo y los debates teóricos e historiográficos en
torno al tema. Se nos introduce así en los relatos clásicos de definición
e indefinición sexuales: el hipocrático —el modelo de “sexo único”—, y
el aristotélico —con énfasis en la naturaleza dicotómica de los sexos—.
Ambos modelos, en ocasiones rivales, en ocasiones complementarios, han
condicionado en el tiempo las formas de entender el hermafroditismo. En
este capítulo introductorio, las propuestas de Michel Foucault y Thomas
Laqueur, determinantes en la ruptura con los enfoques naturalistas del dimorfismo
sexual, son también evaluadas de forma sucinta y clarificadora,
para dar paso a continuación a un repaso por los principales debates en
torno al sexo, género y el cuerpo en los estudios feministas (un apartado
cuya brevedad obliga a cierta simplificación). Este primer capítulo, que
cierra con un estado de la cuestión en el caso español, expone y sitúa el
marco teórico y las coordenadas históricas que orientan la lectura del resto.
Desde una perspectiva contemporánea, el segundo capítulo resulta especialmente
atractivo porque nos acerca a percepciones de la diferencia sexual
muy alejadas a las dominantes hoy en día. Huyendo conscientemente de
imágenes embellecidas del pasado premoderno, Vázquez García y Cleminson
exploran lo que denominan el “sexo estamental”, en el que la pertenencia a
un sexo era equivalente a la pertenencia a un rango, a un orden que llevaba
aparejado una serie de privilegios y prerrogativas. Desde esta visión, los
cuerpos constituían entes relativamente fluidos y maleables, aunque sometidos
a reglas y restricciones, más destinadas a gobernar los derechos asociados
a al sexo que a determinar la “verdadera identidad” de los individuos. En
una sugestiva exposición, a lo largo del capítulo se explora la triple experiencia
de la ambigüedad sexual en el “Antiguo Régimen Sexual”: como
cuerpos invocadores de maravillas y muestra del inescrutable designio divino
(mirabilia), como presagio del mal (magicus), y como signo de redención
(miraculus). A partir de la Ilustración, estas visiones evolucionarían, en un
juego de superposiciones y cambios irregulares, hacia lo que se define como
“sexo biológico”, en un proceso que se consolidó a lo largo del siglo XIX.
El núcleo del estudio está consagrado a explorar este complejo proceso de
desencantamiento, en el que los discursos científicos y la práctica médica
colaboraron a construir nuevas verdades sobre la diferencia sexual.
El estudio, cuidadosamente escrito y conceptualmente muy preciso,
mantiene un tenso equilibrio entre el peso de las narrativas paradigmáticas
y la compleja variedad de los procesos históricos, evitando caer tanto en el
esquematismo como en un positivismo infructuoso desde un punto de vista
analítico. La importancia de los diagnósticos individuales de casos clínicos
en el periodo que comienza en 1870 permite que estos textos se constituyan
en una fuente documental privilegiada a lo largo del estudio, sirviendo
además para evaluar la recepción de las teorías médicas provenientes del
extranjero, con las que los científicos españoles dialogaron activamente. En
el empeño por definir la verdad de los sexos y partiendo de un diagnóstico
de los genitales de sus pacientes, los médicos de las últimas décadas del
XIX cuestionaron la propia existencia del hermafrodita “real”, sustituyéndolo
por categorías como la de “pseudohermafroditismo” o “hipospadias. Los
autores plantean sin embargo que el modelo gonadal no llegó a predominar
del todo en España, o al menos del modo y en el momento en que lo hizo
en otros países.
Frente a esta tendencia, los años veinte del siglo XX fueron testigos de
una revitalización de la categoría de hermafroditismo. En aquellos años, tal
y como se recoge en el capítulo cuarto, las teorías de Gregorio Marañón
sobre la intersexualidad humana, aunque no libres de contestación, estaban
teniendo un enorme impacto dentro y fuera de la comunidad científica. En
un contexto de desafío a las fronteras de género por figuras tan desestabilizadoras
como la de la mujer moderna, las teorías de Marañón ofrecían
la certeza del esencialismo, el determinismo biológico y una versión “optimista”
de la marcha de la evolución humana en un sentido de creciente
diferenciación sexual, hasta el punto de hacer coincidir la máxima distancia
entre los sexos con la cumbre de la civilización. En la teoría marañoniana,
el hermafroditismo era retratado como una forma extrema de intersexualidad
y, a pesar de las inestabilidades creadas por este último concepto, la
dinámica de las secreciones internas pretendía ofrecer una base material y
certera para la definición de los sexos. De hecho, la capacidad explicativa
de los genitales como indicador del sexo se había venido desplazando desde
comienzos de siglo hacia las hormonas, misteriosas transmisoras de la esencia
de la feminidad y de la masculinidad. Pero esta capacidad dependía en
buena medida de la distinción estricta entre hormonas femeninas y hormonas
masculinas, y su capacidad para “proteger la determinación cromosómica”.
El quinto capítulo, que lleva por título “Del sexo verdadero al sexo
simulacro”, rastrea la evolución de las verdades construidas en torno a la
diferencia sexual y al hermafroditismo entre los años treinta y setenta del
pasado siglo. Por un lado, se recoge el testigo dejado por Marañón, destacando
el cuestionamiento de su teoría hormonal, que defendía la separación
de la producción hormonal por sexos, al demostrarse que las gónadas de
los organismos femeninos y masculinos no respetaban aquella distinción
establecida por él. Ya en el contexto de la dictadura franquista, esta crisis
vino acompañada —probablemente no en una relación causal— por una
vuelta al criterio gonadal durante los tempranos cuarenta. La reafirmación
del dualismo sexual estable dictado por las gónadas se conjugó con la reticencia
a aceptar toda forma de hermafroditismo en los seres humanos y con
la importancia concedida a la facultad reproductora de los órganos sexuales
como elemento determinante de la identidad sexual. Estas concepciones
encajaban armónicamente con la rigidez de la doctrina católica a la hora
de reconocer únicamente dos sexos, hombre y mujer, y con las posiciones
pronatalistas del nuevo régimen. De nuevo, ahora para el periodo franquista,
los cambios en el contexto se combinan en el estudio de Vázquez García y
Cleminson con las evoluciones discursivas y con el estudio de casos clínicos
tan impactantes como el de Teresa Pla Messeguer, el “maquis hermafrodita”.
Nacido en 1917 y tras una tortuosa vida de episodios violentos, ocultamiento
y huida, fue apresado en 1960 y no abandonó definitivamente la cárcel hasta
1977, obteniendo entonces el cambio de identidad como varón. Historias
como ésta muestran la estrecha relación entre los cambios político-sociales y
la evolución de las verdades construidas en el ámbito científico. Y muestran
también la importancia de unos y otros cambios en la experiencia de los
seres humanos, particularmente de aquellos cuyos cuerpos amenazan con
desmentir la verdad de los sexos.
Uno de los apartados más interesantes del libro es el que se refiere a
la década de los cincuenta en adelante. En estos años, señalan los autores,
se produjo un alejamiento del determinismo biológico de la década anterior,
abriéndose paso a una disociación de largo alcance: por un lado, el
considerado verdadero sexo biológico; por otro, la dimensión psico-social
de la identidad sexual, desde un mayor protagonismo de los elementos
educacionales y ambientales. Esta distinción abría la puerta —teórica— a
la noción de “transexualidad” como trastorno de identidad. De hecho, desde
el paternalismo médico, no fueron escasos los casos en los que la evitación
del escándalo y el decoro moral hicieron sacrificar “el verdadero sexo” del
paciente a la convicción íntima y social sobre su identidad sexual. Este tipo
de aproximación convivió con las investigaciones sobre la determinación
biológica del sexo sobre base cromosómica. Así, en este caso, como en
todos, los autores del libro demuestran con solvencia que no es posible
hablar de un único paradigma que estructure el conjunto de ideas y prácticas
en un determinado momento histórico. Esa coexistencia de categorías
y referencias hace que en ocasiones resulte complicado tener presentes el
conjunto de transformaciones en marcha en cada contexto. Pero a la vez, y
veo en ello una virtud reseñable del trabajo, los autores aciertan a ofrecer
las líneas interpretativas necesarias para comprender mejor esta dimensión
de nuestro pasado y conformar nuestro propio relato a partir de ellas.
Un sugerente capítulo de conclusiones pone fin a este volumen audaz
en su planteamiento, rico en referencias y sólido en su base documental;
un trabajo refinado conceptualmente, convincente desde el punto de vista
interpretativo y comprometido con su tiempo. Como señalaba al comienzo,
existen razones para celebrar un estudio que mira de frente y con espíritu
crítico cuestiones tan centrales para la historia de las mujeres como la
construcción de los cuerpos sexuados en tiempos pasados.

                                                             Nerea Aresti
                                                              Universidad del País Vasco

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