(Intervención
de Adriana Razquin Mangado en la defensa de su tesis doctoral ante un
tribunal formado por José Antonio González Alcantud, Francisco Sierra
Caballero y Francisco Vázquez García)
No
somos mercancía en manos de políticos y banqueros. Democracia Real
Ya.
Este fue el
lema que hace ya tres años llenó las calles y las plazas del país
abriendo un nuevo ciclo de movilización social que llegaba por
sorpresa. Un estallido social de malestar y desafección que desbordó
el estado del campo político y la trayectoria de los movimientos
sociales que venían saliendo de una honrosa resiliencia. La burbuja
inmobiliaria y el festival de derroche y sobreendeudamiento parecían
anunciar el fin del compromiso político.
A pesar de
que las condiciones económicas y sociales estructurales venían
deteriorándose como correlato del flujo de capital, las
posibilidades que ofrecía el crédito parecían resultar demasiado
hermosas como para ensuciarlas con la crudeza de los efectos
inmediatos que acarreaba ese abandono ciudadano del control de los
asuntos públicos. La militancia política, a ojos de la doxa
economicista que sostenía la retórica neoliberal y que inundaba
buena parte de la vida social, resultaba, si acaso, una antigualla
caduca y raída por el paso del tiempo.
Roto el
espejismo y pasados tres años del comienzo oficial de la crisis, con
un deterioro palpable de las condiciones de vida y con el Estado
social a merced del poder financiero francoaleman, numerosas
organizaciones sindicales, ONGs, partidos políticos y diversas
agrupaciones trataban de sostener plataformas que no lograban ser
mayoritarias ni superar sus propios umbrales de movilización. La
desafección hacia las organizaciones políticas y sindicales parecía
aumentar diariamente como efecto inmediato del afloramiento
vertiginoso de multitud de casos de corrupción, que habían tenido
como caldo de cultivo un marco legislativo y ejecutivo armonizado,
casi podría decirse al servicio de, la connivencia de estos agentes
políticos y sus redes clientelares con los poderes económicos. La
desvirtuación de las reglas del juego democrático y el desprecio
por el bien común parecían caracterizar buena parte de la dinámica
de la política profesional.
Así, si bien
el contexto socioeconómico y político invitaba a una movilización
popular y masiva, ésta nunca llegaba.
Y de pronto,
desde los recovecos cibernautas y sostenida sobre relaciones
personales previas, una convocatoria de la que se manejaban muy pocas
certezas prendió. Y lo hizo de tal modo que marcaría un hito en la
historia de la movilización social del Estado español, pues logró
movilizar a millones de personas a las calles y plazas, involucró
masivamente a ciudadanas y ciudadanos no iniciados en el militantismo
y recuperó a varias generaciones de militantes cuyas trayectorias se
habían ido desintegrando tras la consolidación de la democracia de
partidos a la que dio lugar la Transición.
Así, se
vivió una primavera llena de toldos desde los que comenzó a tomar
cuerpo una interpelación tajante a la deriva partidista del juego
democrático que, además, sometía la vida y futuro del país a la
estabilidad de los mercados financieros.
La
convocatoria nacía como heredera de diversos intentos movilizadores
con orígenes sociopolíticos e ideas fuerza diversas. Según el
análisis que presento, se podrían establecer tres espacios
colectivos más o menos definidos que habrían estado presentes en el
proceso de gestación de la convocatoria: la Coordinadora Ciudadana,
No les Votes y Juventud Sin Futuro. Si bien todo indica que las
posiciones más a la derecha (además de, por supuesto, las de
extrema derecha) presentes en el acto del Ateneo de Madrid de la
Coordinadora Ciudadana, se descolgarían antes de quedar definido el
manifiesto que llamaría a la movilización.
Pues bien,
estos tres bloques (cuyos orígenes sociopolíticos iban desde el
liberalismo economicista hasta la izquierda estatista) alimentaron la
convocatoria desde espacios sociopolíticos divergentes pero
apuntaban a algunas demandas que podían, la voluntad era esa:
converger. Así, a pesar de que había ideas fuerza abiertamente
enfrentadas existían, al mismo tiempo, configuraciones sobre las que
la convergencia era evidente: 1) la desconexión entre representantes
y representados, 2) la elitización de los espacios de decisión
política y 3) una llamada a la toma de responsabilidades ciudadanas.
Además, esta convocatoria, trataba de superar las rupturas y
tensiones en el marco de las correspondencias simbólicas con tal o
cual organización política y las posibles coaptaciones apostando
por una movilización sin banderas ni siglas. Existían también
elementos, en principio no convergentes que se armonizaron en la
articulación práctica (no sin incorporar, como ha señalado Moreno
Pestaña, juegos de malentendidos). Veámoslo: Por un lado,
#Nolesvotes presentaba como una de las ideas centrales de su
posicionamiento público la denuncia de corrupción sistémica en el
seno del espacio partidista pero que se encarnaba de manera
significativa sobre el PP, PSOE, CIU y PNV (que eran, justamente, los
partidos que habían apoyado la llamada Ley Sinde); por su parte, la
Coordinadora Ciudadana añadía un punto más de gravedad a la
corrupción del sistema político incluyendo el terrorismo de Estado,
y todo ello se encarnaba en el PSOE. Y, finalmente, Juventud Sin
Futuro enmarcaba su llamada a la movilización en el análisis
crítico de las llamadas «medidas anticrisis» adoptadas por el
Gobierno de Zapatero en un marco de tendencia de neoliberalización
de las políticas públicas más amplio y que no se correspondían
con la gestión pública que se esperaba de un Gobierno, si no
socialista, al menos socialdemócrata.
Así, sobre
la base de ciertas y parciales resonancias entre los tres
planteamientos, emergían como posibilidades prácticas e ideas
fuerza poco definidas y más o menos integradoras, lemas como «PSOE
y PP la misma mierda es», o movilizaciones a las puertas de los
ayuntamientos, en los actos de investidura de los cargos electos en
las elecciones municipales, al grito de «¡Que no, que no, que no
nos representan!».
Al mismo
tiempo, la desafección podía extenderse más o menos (dependiendo
de las filiaciones simbólicas de cada participante y de la
trayectoria militante) a toda agrupación sindical o a los dos
sindicatos mayoritarios, a toda organización política o solamente a
los dos partidos mayoritarios. E, incluso, a los movimientos
sociales. Aunque, por otra parte, el espacio político que movilizaba
Juventud Sin Futuro incluía toda la lucha contra las políticas de
austeridad, incorporaba algunas posiciones de la extrema izquierda
(hay que recordar que Izquierda Anticapitalista formaba ya parte de
Juventud Sin Futuro) y la convocatoria del 15 de mayo de 2011 había
contado con la alianza de buena parte de las organizaciones que
componían el Foro Social. Finalmente, ya en la acampada, se
consolidó la incorporación de posiciones situadas en la izquierda
extraparlamentaria, concretamente procedentes del universo de los
movimientos sociales.
Esta
diversidad catalizada sobre la desafección y el hermanamiento
ciudadano dio lugar a un movimiento popular más o menos concentrado
sobre la delimitación física de campamentos y enraizado en una
dinámica interactiva entre las asambleas ciudadanas que se
desarrollaban en las plazas y la coordinación virtual con un mar de
acampadas y movilizaciones populares a lo largo de la geografía
mundial. Así, nacían cada día nuevas y multitudinarias asambleas.
En el caso particular de la asamblea analizada las cifras llegaron a
las tres mil personas para el primer fin de semana.
Esta
etnografía ha interrogado especialmente a la experiencia asamblearia
ya que, en última instancia, es éste el espacio donde se discuten y
ponen en juego las expectativas, ideas fuerza y posiciones. También
donde se valoran y perfilan las estrategias de acción colectiva. Y
como las asambleas se regían por el dictado no explícito de «somos
las que estamos» (lo que hace que el proceso vaya concretándose de
manera importante en función de quienes están en la asamblea en el
momento justo de tomar las decisiones), resulta fundamental, para
entender al movimiento 15M el análisis de las condiciones sociales
(algunas más o menos estables y otras cambiantes) que definen el
espacio de posibilidad para la participación en la asamblea.
En ese
sentido, este trabajo ha tratado −gracias a la puesta en
funcionamiento de la Teoría de los campos de Bourdieu− de
reconstruir, delimitar y situar el espacio que ocupan en la dinámica
del proceso el espacio virtual y las acciones de movilización,
mostrando los momentos y el modo en que las acciones en un espacio
pueden revertir en prestigio asambleario.
De manera
significativa, se debe señalar a este trabajo como uno de los pocos
que hasta el momento, ha sido capaz de aportar a una teorización,
aún inconclusa, de las dinámicas que sostuvieron la convocatoria y
de resituar, con demostraciones empíricas, el papel del espacio
virtual. Que, lejos de lo que anunciaban las teorizaciones más
arriesgadas sobre una nueva era de movilización virtual, se ha
demostrado un medio de comunicación muy potente pero un espacio
subsidiario respecto de la deliberación y la toma de decisiones.
Por otro
lado, Tomar la palabra en el 15M: Condiciones sociales de acceso a
la participación en la asamblea se ha guiado por la voluntad de
abrir nuevas posibilidades exploratorias de la movilización
colectiva desde un marco conceptual y metodológico capaz de
aprehender, de forma sincrónica y diacrónica, las microdinámicas
sociales y situarlas, al mismo tiempo, en un contexto
macrosociológico.
A nivel
metodológico, se ha trabajado durante un año mediante observación
participante y se han realizado 35 entrevistas abiertas
semidirectivas (recogiendo la tradición de la Escuela de Sociología
Crítica Española de Jesús Ibáñez, Alfonso Ortí y Luis Enrique
Alonso) orientadas hacia la reconstrucción de relatos de vida desde
una perspectiva etnosociológica, siguiendo la propuesta de Daniel
Bertaux.
Sin embargo,
la etnografía ha resultado ser imprescindible para reconstruir este
proceso social. Pues, aún con toda la riqueza empírica que
contienen las entrevistas abiertas, la autocensura derivada del
engarce afectivo con el proceso hubiera hecho muy difícil recuperar
el elemento central sobre el que se anidaron buena parte de las
salidas de la asamblea tras el verano: la violencia.
La
apuesta por armarse con un aparataje teórico pluralista,
principalmente, mediante la recepción de los aportes de la tradición
bourdisiana (aún poco trabajada en España) junto con la propuesta
de Randall Collins respecto a las Cadenas de Rituales de Interacción
ha resultado muy prolija.
Además, al
articular el modelo CRI de Collins con la trilogía clásica de
Albert Hirschman (salida, voz, lealtad) se ha hecho posible explicar
de manera compleja las subidas y bajadas en la participación. Al
mismo tiempo, gracias a la inclusión de estas propuestas en marco de
la propuesta de Bourdieu, se han podido indicar con claridad los
distintos momentos de posibilidad que se abren en el proceso y el
tipo de participantes que posibilita y que privilegia. No
perdiéndose, en el camino, la aprehensión de las transformaciones
que son el resultado de las luchas por la definición de la lucha y
los y las agentes que participan en ella. Para eso es que se ha
reconstruido el relato etnográfico manteniendo la dimensión
temporal y en referencia a lo que sucedía en otras acampadas y
asambleas del 15M y al estado del campo político. Así, se han
podido rescatar las distintas temporalidades, ritmos y procesos
implicados en la constitución de la dimensión colectiva (que
siguiendo la idea de Boltanski debe ser producida y existe en el
marco de unas condiciones que más o menos se intuyen) y siguiendo a
Mathieu no está exenta, como se ha mostrado, de oposiciones y
luchas.
También ha
resultado fundamental la reconstrucción del proceso de acampada y
asamblea desde el marco de la teorización de Bourdieu sobre el campo
político y los trabajos herederos de su propuesta, principalmente
los de Lilian Mathieu y Gerard Mauger. En concreto, se ha
conceptualizado el proceso asambleario en cuatro momentos en función
de la noción de campo político (con especial atención a los
movimientos sociales) que han permitido organizar con cierta
coherencia las transformaciones de la dinámica asamblearia y
explicar las tensiones asentadas en la ruptura entre la
profesionalidad y la profanía. La incorporación de la noción de
trayectoria militante (a partir de los trabajos de Poupeau, Mathieu,
Pechú y Fillieule) articulada sobre el grado de participación en la
asamblea y la interrogación sobre la ruptura profesionales/profanos,
ha propiciado la construcción de varias categorías etnográficas
definidas sobre la abstracción del trabajo empírico. Estas
construcciones de tipos ideales de participantes (militante
profesional, militante amateur, observador participante y
observador puro) complejizan las teorizaciones que se han realizado
al respecto. Y aportan no solo mucha más información respecto de
las interacciones y las posibilidades de transitar de una forma de
movilización a otra; si no que permiten examinar con nitidez el
inicio de nuevas trayectorias militantes y mostrar en qué momento
son posibles o imposibles.
Además, la
construcción de estas tipologías de participantes funcionando en
tandem con la categorización, también construida en función del
análisis empírico, que he denominado «culturas de participación»
(y que incluye una forma de exclusión radical del proceso: la
sospecha) permitía dar un paso analítico más allá de la
categorización ideológica. Que, sin ser irrelevante, pues operaba
algunas veces como marca de distinción sobre la que levantar las
oposiciones entre algunos agentes (generalmente colectivos) resultaba
bastante estéril para analizar la dinámica general de la asamblea
estudiada, pues las tomas de posición no se correspondían con
ideologías definidas. Más bien parecían tener poco o nada que ver
con éstas. Porque, hasta pasado el verano, en escasas ocasiones el
debate asambleario derivó en una discusión con posiciones
ideológicas más o menos definidas ya que, el espacio era
masivamente profano, circulaban escasos conocimientos sobre teoría
política y se tendía a huir del debate de posiciones políticas.
Porque, independientemente de fuese posible o no, se pretendía
superarlo en la unidad de individuos que se representan a sí mismos
distanciados de filiaciones a colectividades políticas.
Estos
elementos, entre otros que por espacio no se pueden señalar aquí,
es lo que hace que esta tesis doctoral apunte a la apertura de un
nuevo espacio para la interrogación del proceso ciudadano que
arrancó el 15 de mayo de 2011. Pues donde la mayoría de trabajos
sobre el particular identifican grandes y homogéneas ideas fuerza,
este trabajo demuestra cómo, a pesar de existir un horizonte común
de desafección respecto de la política profesional, existía una
gran heterogeneidad e incluso incompatibilidad de posiciones. También
ha mostrado cómo esa incompatibilidad solo fue salvada en la
articulación de prácticas y recursos simbólicos que sí eran
capaces de armonizar expectativas, apuestas o definiciones del fin
último de la lucha que en realidad eran disonantes e, incluso,
opuestas. Además he mostrado cómo esta armonización colectiva fue
solo posible mientras la «cultura de la colaboración» gobernó el
proceso, mientras el foco de atención fue común y la membresía
grupal crecía día a día. Después, roto el ritual de interacción,
y en mitad de un proceso de transformación a movimiento social, la
energía emocional que circulaba a raudales decayó y, además, el
proceso fue imponiendo cada vez más condiciones de entrada a la
participación en la asamblea. Así, quedaron finalmente
sobrerepresentadas en la asamblea posiciones y estilos de vida muy
concretos que caracterizaron completamente los nuevos escenarios de
acción colectiva e ideas fuerza. Finalmente la organización del
movimiento social rompió su vertebración con buena parte de quienes
se habían movilizado con el movimiento 15M e, incluso, con muchas y
muchos de quienes fueron militantes a tiempo completo.
Así, con
este tipo de teorizaciones, se ha intentado explicar aquello que, si
acaso, solo ha sido constatado por otros trabajos. Pues se ofrece una
explicación compleja y situada de las dinámicas de apertura y
cierres del proceso, además de aportar una visión no mitificada de
la vida asamblearia. Una aproximación que interroga constantemente
por las distintas formas en las que se condensa el par
dominante/dominado a lo largo del proceso asambleario. Y es así como
ha sido retratado: con sus luces y sus sombras, con sus aperturas y
sus cierres. Con sus apuestas y herramientas democratizadoras; y con
las constricciones para la toma de la palabra que supusieron las
propias características del proceso.
Para concluir
esta defensa, quisiera señalar que este trabajo muestra cómo a
partir de la etnografía se obtiene una teoría de la práctica
política muy diferente de que la teorizan los productores de
discursos.
Muchas
gracias por su atención.
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