Reproducimos aquí el
artículo redactado conjuntamente por José Luis Moreno Pestaña y Francisco Vázquez y publicado por
La Voz de Cádiz el lunes pasado:
El movimiento de 'democracia real' no viene de Sol ni de Plaza de Catalunya, no es una revolución centralizada como la parisina del 68; se extiende a escala local por toda España. Pese al pesado centralismo de la prensa, este es un movimiento municipalista. Son tan importantes 20.000 personas en Sol como 600 en Cádiz; no, son más importantes 600 en Cádiz, porque aquí no hay prensa que anime al 'happening', porque hay menos universitarios (aunque sin las universidades locales este movimiento no hubiera sido posible) y escasos aspirantes a líderes nacionales, porque la presencia y la resistencia pública suponen enfrentarse con el control social cotidiano de ciudades pequeñas, donde separarse de la mirada del poder es difícil, donde la estigmatización es más dura de llevar.
Este anclaje en el municipalismo tiene fuertes raíces en la cultura política española (1812, 1820, 1854, 1868, 1931); se conecta con una tradición republicana cívica (no en el sentido de la república como forma de gobierno, sino de defensa comprometida de la 'res publica' que garantiza derechos y libertades fundamentales), puesta al día con el concepto de ciudadanía social. Se trata de restaurar unos derechos sociales pisoteados por los nuevos déspotas, esos 'global players', que constituyen las agencias y poderes financieros. Obviamente el malestar de jóvenes con mucha preparación y capital cultural pero con las expectativas profesionales rotas, pero también el de trabajadores en paro o en condiciones laborales cada vez más leoninas, proporciona el cemento socioeconómico de este movimiento. En las propuestas ligadas a éste, sin embargo, no se pide la autogestión obrera ni la colectivización de la propiedad o el fin del dinero. No; la cuestión concierne a cosas tan concretas como la tasa Tobin, el gravamen mayor de las Sicavs y grandes fortunas, la reforma de la ley electoral, la exclusión de los imputados de las listas electorales, que la hipoteca se salde con la vivienda, y cosas por el estilo.
Se pretende por un lado resistir a estos déspotas cada vez más cínicos, regulando las fuerzas salvajes del mercado para que no destruyan el tejido social dando lugar a una ética basada exclusivamente en la competencia egoísta. Por otro lado se apunta a corregir el divorcio de las burocracias de partido respecto a la ciudadanía. O sea, como se decía en el XIX: despotismo y mal gobierno. Sólo pueden no verlo, por decirlo con las siempre cuidadas palabras del Conde de Toreno, "los hombres resentidos por vanidad, por envidia o por una censura merecida; todos los egoístas, todos los malos ciudadanos que no están bien con ningún gobierno, ni tienen más patria que a sí mismos". En la tradición republicana cívica lo que se defiende es un patriotismo constitucional, entendiendo por patria, no una supuesta comunidad étnica o cultural, sino un patrimonio común de libertades y derechos sociales fundamentales. Así, en nuestra Constitución se habla de la economía social de mercado o el derecho a la vivienda como bienes por salvaguardar, y es precisamente lo que se está aniquilando. En contraste con esto, la cuestión de los nacionalismos no ha aparecido nunca en primer plano. Hasta hace poco cada vez que había una movilización, el repertorio común se disgregaba y ni siquiera podía coincidirse en fechas entre la gente de las Españas. Ojalá aprendamos que en nuestro país, desde los Comuneros, lo que ha sido verdaderamente libertario, ha sido siempre federal. Tanta gente (no se veía el final en San Francisco), tanta autocontención y escrupuloso respeto de la legalidad, eran el símbolo no de un rechazo, sino de una libertad nueva, en guerra con la degradación partitocrática de la democracia y con el vaciamiento de la soberanía por el capital.
¿Esto es antisistema? La modernidad de las tecnologías utilizadas y de las formas de organización (anonimato, ausencia de líderes visibles, etc..), oculta el viejo trasfondo. Ayer, el discurso de la asamblea de Cádiz aludía al entronque del movimiento con la herencia política de 'nuestros ancestros', el patriotismo constitucional cívico-republicano. Pocas veces se había visto una escisión tan grande entre la 'España oficial' y la 'real', entre una información sobre las elecciones y los líderes que cada vez sonaba más hueca, y la multitud que reclamaba pacíficamente sus derechos dando, como en otros tiempos, una lección al mundo.