Acaba de publicarse en el último número de Historiografías Revista de Historia y Teoría, 4 (2012), pp. 127-130, una recensión de la obra de nuestro compañero del HUM-536, Alejandro Estrella, Clío ante el espejo. Un socioanálisis de E. P. Thompson, Cádiz, Universidad de Cádiz, Universidad Autónoma Metropolitana, 2012. Su autor es Francisco Vázquez. Puede consultarse pinchando aquí
“No hemos terminado de repetir a Spinoza: la negación de toda trascendencia. Todo está aquí. Con esto tenemos bastante para sufrir como para gozar. Los otros mundos no son sino modos de ser del único mundo que es el nuestro”. Mariano Peñalver, "Ni Impaciente ni Absoluto o cómo disentir de lo único", Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2004, p. 202
Friday, December 28, 2012
Thursday, December 27, 2012
SEMINARIO DEDICADO A LA MEMORIA DE FRANCISCO FERNÁNDEZ BUEY
"Hacer de la pasión de los de abajo una pasión razonada,
apta para que tome cuerpo en otra sociedad, en una sociedad sin
clases, sin explotación, sin alienación"
Francisco Fernández Buey
(1943-2012)
apta para que tome cuerpo en otra sociedad, en una sociedad sin
clases, sin explotación, sin alienación"
Francisco Fernández Buey
(1943-2012)
A la vuelta de las vacaciones de enero, a partir del día 14, se celebrará, organizado por distintos miembros del grupo HUM-536, un seminario ("Pensar el marxismo hoy"), dedicado a la memoria de Francisco Fernández Buey, fallecido el año pasado. Reproducimos debajo el programa.
Lunes 1409:15 h.
Presentación
09:30-11:30 h.
Sesión I
Ponentes:
Juan Ramón Capella:
Algunos aspectos de la innovación teorética de Manuel Sacristán
José Luis Moreno Pestaña:
Jacobo Muñoz responde a la pregunta: ¿Qué es el marxismo?
Moderadora:
María Francisca Fernández Cáceres
16:30-18:30 h.
Sesión II
Ponentes:
Francisco José Martínez:
Marxismo y heterodoxia. En recuerdo de Paco Fernández Buey
Jordi Mir:
Una filosofía desde abajo y en dialogo con los movimientos sociales. Aportaciones pensando con Francisco Fernández Buey
Moderador:
Juan Gustavo Núñez Olguín
Martes 15
09:30-11:30 h.
Sesión III
Ponentes:
Ramón Vargas-Machuca:
Socialdemocracia y marxismo en la transición española: un punto de vista
Antonio García-Santesmases:
Marxismo y Estado. Cuarenta años después.
Moderador:
Jorge Costa Delgado
11:30 h.
Clausura
Seminario
Pensar el Marxismo Hoy
Organizan
Universidad de Cádiz
Proyecto I+D (FFI2010-15196) “Vigilancia de fronteras, colaboración crítica y reconversión: un estudio comparado de las relaciones de la filosofía con las ciencias sociales en España y Francia (1940-1990)”
Organizadores:
María Francisca Fernández Cáceres
Juan Gustavo Núñez Olguín
Fecha
14 y 15 de enero de 2013
Lugar
Aula Magna. Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Cádiz
Avenida Doctor Gómez Ulla s/n. 11003-Cádiz
Información
juan.nunez@uca.es www.sociologyofphilosophy.blogspot.com.es
Saturday, December 22, 2012
Dos reseñas de Francisco Vázquez sobre libros de Marisa Miranda y Rafael Huertas
En las revistas de Historia de la Ciencia, Dynamis 201; 32 (2012), 1, pp. 245-247 y Asclepio, LXIV (2012), 2, pp. 610-613, se han publicado sendas recensiones de Francisco Vázquez sobre dos recientes trabajos de la profesora argentina Marisa Miranda y del investigador del CSIC, Rafael Huertas. Se trata respectivamente de Controlar lo incontrolable. Una historia de la sexualidad en
Madrid, Los Libros de la Catarata, 2012. Debajo reproducimos ambas reseñas:
Marisa Miranda. Controlar lo
incontrolable. Una historia de la sexualidad en la Argentina , Buenos Aires, Editorial Biblos, 2011, 243 p. ISBN
978-950-786-876-4, 10’36 euros
Este libro excelente
ofrece un diagnóstico acerca de la actualidad de la regulación de la sexualidad
en Argentina, apoyándose en el análisis histórico. Como bien se deja claro
desde el comienzo, no se trata de una historia de los comportamientos sexuales
ni de las mentalidades acerca de la sexualidad. Se está más bien ante lo que
podría llamarse, en clave foucaultiana, una historia de las
“problematizaciones”. Esta consiste en un examen crítico de las propuestas
tendentes al gobierno de la conducta sexual como parte del gobierno
“biopolítico” de la población argentina. Lo estudiado consiste en programas de
intervención, el modo de gestionarlos, su eventual conformación como propuestas
legislativas y los efectos de su aplicación.
Estas problematizaciones
o tipos de racionalidad sirvieron a una modalidad de biopolítica y a una serie
de tecnologías igualmente específicas. Se trata de la biopolítica, entre
“interventora” y “autoritaria” –por emplear conceptos que hemos articulado en
otro lugar- desplegada en un periodo particularmente accidentado de la historia
argentina, caracterizado por la alternancia entre ciclos democráticos y fases
de golpismo militar. Las tecnologías en cuestión tienen que ver con la
eugenesia. Aquí la autora perfila un concepto especialmente fecundo; el de
“eugenesia latina”, una trama de procedimientos y de discursos marcada por la
hibridación de perspectivas ambientalistas y hereditaristas; la relativa
armonización con los planteamientos de la Iglesia Católica en materia de
moral sexual y familiar y la filiación con la biotipología italiana formulada
por Nicola Pende, antes que con la eugenesia ortodoxamente galtoniana. La
importancia de esta variante eugenésica en la biopolítica argentina del periodo
considerado, es espectacular. El libro lo muestra poniendo de relieve la
existencia de poderosas asociaciones (como el Museo Social Argentino, la Sociedad Eugénica
Argentina y la Liga Argentina
de profilaxis Social) e influyentes personajes (como Arturo Rossi, Carlos
Bernaldo de Quirós o Aráoz Alfaro) que irrigaron con sus planteamientos
eugenésicos la administración de la población argentina –desde las políticas
sociales del justicialismo hasta el genocidio emprendido por la última
dictadura militar- y todo ello hasta fechas increíblemente recientes.
En esta preferencia por
la indagación de las estrategias eugenésicas, la autora se ocupa de todo lo
relacionado con lo que Foucault denominó el “cuarto eje” del dispositivo de la
sexualidad: la socialización de las conductas procreadoras, esto es, la
gestión, subordinada al interés público, de las conductas sexuales en tanto
involucradas en los procesos reproductivos. La autora pasa revista a este
asunto en el curso de los seis capítulos que se ocupan respectivamente de “la
construcción científica de la otredad” (esto es, el aval científico de la
estigmatización de los “diferentes” en materia sexual); el noviazgo (consulta
prenupcial, certificado prenupcial, etc..); el matrimonio y el divorcio
(profilaxis antivenérea y políticas de la prostitución incluidas); las uniones
ilegítimas y la acción contra la soltería; la maternidad y la lactancia
mercenaria y, finalmente, la hegemonía heterosexual (en la medida en que el
homosexual ostentaba un placer inútil, sin rendimiento procreativo).
En cada uno de estos
apartados se explora con solvencia el papel desempeñado por los distintos
expertos, asociaciones y organismos implicados en los diversos dispositivos de
intervención. Se ponen de relieve las alianzas, pero también las fricciones y
tensiones entre las diferentes lógicas y agentes (Iglesia, ejército,
judicatura, corporaciones médicas y asistenciales, partidos políticos,
Parlamento, etc.) implicados. Tiene mucho interés la continua alusión –mediante
análisis comparados y de recepción- a los modelos de intervención eugenésica
articulados en la Italia
fascista (con la alusión eminente a la obra de Pende y a las medidas
biopolíticas mussolinianas) y en la
España franquista (con la remisión primordial a la obra de
Vallejo Nájera). Para el historiador de la sexualidad en España, el libro
ofrece interesantísimas pistas acerca de la recepción de la obra de Marañón en
Argentina, de las implicaciones del caso Hildegart en el país andino o del
peculiar periplo intercontinental del cantante Miguel de Molina.
Aunque la referencia al
enfoque genealógico de Foucault y a su noción de biopolítica son de obligado
cumplimiento en un libro como este, su autora propone también –sabiendo
disimular con maestría lo teórico bajo el trabajo empírico- otros ejes de
lectura que rectifican y enriquecen el clásico relato foucaultiano. La
preocupación constante por captar el sesgo excluyente , es decir heterófobo, de
las estrategias eugenésicas desplegadas, vincula a este libro con el análisis
de la lógica inmunitaria presentado por Roberto Esposito en sus trabajos sobre
biopolítica. Esta orientación le permite al mismo tiempo calibrar la virtual
supervivencia de restos excluyentes (por ejemplo en las políticas arbitradas en
la prevención del VIH) en la actual biopolítica argentina, más allá de la
actitud favorable ante unas propuestas (como la reciente ley de matrimonio igualitario)
que apuntan a la inclusión ciudadana.
Por último, la autora
incorpora en su investigación el enfoque en términos de género. La trama
biopolítica que subtiende a la regulación de la sexualidad en Argentina tiene
como blanco la población y su optimización, pero se dirige también a conformar
un tipo de familia caracterizado por el afianzamiento de la división dicotómica
entre los géneros. Pues bien, también en este caso se detecta la tendencia
actual –aquí es crucial la referencia al movimiento de las “madres” y “abuelas”
de Mayo- a un cierto aunque limitado debilitamiento de esa estructura
dicotómica.
En su trabajo, la autora
mantiene relaciones muy fructíferas con el grupo de investigación radicado en
el Instituto de Historia de la
Ciencia del CSIC (Raquel Álvarez, Rafael Huertas, Ricardo
Campos, Andrés Galera, Álvaro Girón, etc..), que tanta importancia ha tenido
para el desarrollo de la historia de la eugenesia y de la sexualidad en el
mundo español e hispánico, en general. Al mismo tiempo, su obra pone al
descubierto el excelente y creciente plantel de estudiosos argentinos que se
ocupan de estas materias. Esperemos que esta valiosa contribución sirva para
tender puentes entre los investigadores de ambos lados del Atlántico, haciendo
posible algo que ya es hora de reclamar: una historia comparada de la eugenesia
y de la sexualidad en el mundo latino.
Francisco
Vázquez García, Universidad de Cádiz
Rafael Huertas. Historia cultural de la psiquiatría. (Re) pensar la locura
Madrid, Los Libros de la Catarata, 2012,
221 págs. [ISBN 978-84-8319-695-3]
El extraordinario e
innovador impulso recibido por la historia de la psiquiatría en los últimos
cincuenta años –cuyo inicio estuvo marcado por la publicación en 1961 de la Historia de la locura de Michel
Foucault- requería sin duda una puesta al día que ordenara sintéticamente las
distintas opciones teóricas y metodológicas involucradas, cartografiando el
perfil de los debates más importantes y de las pistas con más porvenir dentro
de la disciplina. La flamante monografía de Rafael Huertas, cuya prolongada trayectoria
dentro del puntero grupo de investigadores del Departamento de Historia de la
Ciencia (CSIC) es bien conocida, cumple sin duda estos requisitos, dando forma
a un completísimo estado de la cuestión, pero su alcance va mucho más allá.
En su trabajo se lleva a
cabo una acabada reconstrucción del campo internacional de la historiografía
psiquiátrica en su conjunto, pero al mismo tiempo se elabora una propuesta
propia y original. Esta se define a partir de un diálogo con las principales
alternativas que jalonan ese campo. Haciendo gala de ese sano “eclecticismo”
que Jean-Claude Passeron supo ponderar en las disciplinas de corte
multiparadigmático,[1] Rafael Huertas no se
limita a postular la complementariedad de los distintos enfoques convocados,
desde la narrativa del “control social” (Foucault, Castel) hasta la “historia
conceptual” (Berrios), pasando por el modelo dialógico (Swain, Gauchet), el
“nominalismo dinámico” (Hacking), “la historia desde abajo” (Porter) o el
análisis de las retóricas de legitimación profesional (Goldstein). Más allá de
la tendencia a considerar estas álgebras de descripción histórica como
mutuamente excluyentes, se insiste en la complementariedad de las distintas
inteligibilidades que proporcionan. Se hace valer así un pluralismo
metodológico efectivo, integrando dialécticamente las diversas perspectivas
concernidas e ilustrándolo mediante la exhibición de casos históricos
concretos.
En esa propuesta se
rechaza el positivismo de una psiquiatría plenamente naturalizada, que habría
encontrado al fin un paradigma estable y unificado en el lenguaje de las
neurociencias y donde el síntoma quedaría identificado con una carencia o
disfunción, explicable exclusivamente a partir de patrones neurobiológicos que
permitirían obviar toda referencia al contexto.[2] En
cambio, la exigencia de emplazar al síntoma en la trayectoria vital del
paciente y en la trama histórica y política de las instituciones y de los
sistemas socioculturales, aproxima este trabajo, por un lado, a las tradiciones
del psicoanálisis y de la fenomenología, y por otro, a los enfoques del
constructivismo social y de la genealogía foucaultiana.
Sin embargo esta vecindad
de la propuesta de Huertas con tendencias de signo antropológico o
crítico-emancipatorio no lo llevan en ningún momento a recusar, como sucede en
el “foucaultismo vulgar”, en diversas advocaciones del “control social” o en
ciertas versiones postmodernas del constructivismo, la intención científica y
terapéutica del saber psiquiátrico. Este encuentra su lenguaje propio en una
semiología de proyección clínica, una tradición casi bicentenaria que tiene la
peculiaridad de formularse como praxeología, como “teoría para la práctica”,
donde la demanda de remedio por parte del enfermo prima sobre el
intelectualismo dogmático de las doctrinas.
Rafael Huertas levanta
acta de la debilidad teórica de la psiquiatría en el tiempo presente, del
desafío que para su especificidad como conocimiento representa hoy la expansión
imperial de las neurociencias y, por último, de la necesidad de recurrir a la
historia para sortear estos peligros. La historia de la psiquiatría le permite
al pensamiento psicopatológico una ganancia de reflexividad, ayudando a
contextualizar sus objetos en el curso de la experiencia individual y
colectiva. Al mismo tiempo, las reconstrucciones históricas se revelan
necesarias para reactualizar ese legado bicentenario que representa el lenguaje
clínico de los síntomas. La historia aparece entonces como el laboratorio de la
epistemología, definida por Huertas en términos casi literalmente bourdieusianos,
como conciencia crítica de lo que se hace;[3] en
este caso de lo que hacen los psiquiatras cuando actúan de un modo y no de
otro.
La propuesta se articula
a través de un diálogo jalonado en siete estaciones. En cada una de ellas se
confronta críticamente una determinada perspectiva y las controversias a ella
vinculadas.
El planteamiento
contrastado en el primer capítulo es la hipótesis del “control social” y los
interlocutores privilegiados son Michel Foucault y su discípulo Robert Castel.
Se reconstruye la historia del concepto de “control social” desde su contexto
funcionalista inicial hasta sus implicaciones en una ciencia social crítica que
arranca con la Escuela de Frankfurt y llega hasta la antipsiquiatría, pasando
por los trabajos de Goffman y de los representantes de la label theory. Esta tradición tiene el mérito de haber inaugurado
una historiografía crítica que da cuenta de los nexos que unen al saber
psiquiátrico con el ejercicio del poder en nuestras sociedades. Al mismo tiempo
se señalan las debilidades de estas narrativas: la falacia del manicomio como
laboratorio de normalización social, el mito de la sociedad plenamente
“disciplinada”, la visión monolítica y homogénea del poder de los expertos, la
pasividad de los gobernados y el énfasis en un engañoso “orden psiquiátrico”.
En el segundo capítulo se
pasa revista a aquellos trabajos que subrayan la condición liberadora,
democratizadora, dialogante y terapéutica del saber psiquiátrico. Aquí los
interlocutores de referencia son Gladys Swain y en menor medida Marcel Gauchet.
Las investigaciones de estos estudiosos, que insisten en los atributos de la
psiquiatría que acaban de mencionarse, suelen aparecer contrapuestos a la línea
abierta por Foucault y Castel. El capítulo tiene el mérito de demostrar la
complementariedad de ambas perspectivas; cada una de ellas ilumina un aspecto
del alienismo, variable según se opte por la vía amable del tratamiento moral
que ofrece Pinel, o por la variante sombría expuesta por Leuret.
En el tercer capítulo el
problema no es ya si la práctica psiquiátrica es un instrumento de control
social o un diálogo con el “insensato”, integrador de su subjetividad. Aquí el
concepto guía es el de “profesión”: ¿en qué medida constituye la psiquiatría un
campo profesional autónomo?; ¿qué funciones legitimadoras desempeña este ámbito
corporativo? La interpelación procede principalmente de los trabajos de Jan
Goldstein. En Console and Classify y en
The Postrevolutionary Self, esta
historiadora, sustentada en un saludable eclecticismo sociológico, ha sabido
deslindar las “políticas de patronazgo” que subtienden a las redes
profesionales de la psiquiatría, localizando las dinámicas de monopolio que
acompañan a la formación y difusión de ciertos conceptos (“monomanía”,
“histeria”) condicionados a su vez por los espacios de observación
privilegiados en las trayectorias respectivas de los especialistas. La obra de
Goldstein consigue así aglutinar la historia intelectual de las evoluciones
conceptuales, la historia social de las estrategias profesionales y los grupos
de intereses, y la historia política de las técnicas para la gestión de
poblaciones.
El capítulo cuarto pone
sobre el tapete el debate acerca del construccionismo. En este caso, la brújula
de la discusión la suministran principalmente los trabajos de Ian Hacking
acerca de “enfermedades transitorias” -históricamente mudables y relativamente efímeras-
como la personalidad múltiple o el automatismo ambulatorio. Aunque Hacking se
muestra muy crítico con un construccionismo irrestricto que no respeta la
distinción entre clases conceptuales (indiferentes, interactivas, híbridas),
sus estudios, bien delimitados empíricamente pero de intención más epistémica
que histórica, muestran el carácter pasajero e históricamente construido de
ciertas enfermedades mentales. Se constata la fecundidad del modelo vectorial
de análisis (el “nicho ecológico” de las enfermedades) propuesto por el
canadiense, así como su exploración del efecto “bucle” en los procesos de
invención de tipos de persona. Al mismo tiempo se señalan sus limitaciones: lo
que a menudo parece la descomposición histórica absoluta de un síndrome o de un
trastorno, puede ocultar un fenómeno de evolución conceptual, cuando, como
estudió Canguilhem, una continuidad conceptual se disimula bajo un
desplazamiento terminológico. Algo así sucedió en los casos de la monomanía y
la histeria.
Si la fortaleza principal
del esquema constructivista de Hacking consiste en mostrar el condicionamiento
cultural de las enfermedades, el mérito más destacado de Germán Berrios y del
grupo que lidera en Cambridge –cuyas contribuciones se evalúan en el quinto
capítulo- consiste en intentar reactualizar el lenguaje semiológico de la
psicopatología clásica. Esto les ha conducido a elaborar una historia
conceptual de la psiquiatría cuya intención es mejorar el basamento teórico de
esta disciplina. Frente a la acefalia crónica de manuales de diagnóstico como
el DSM, alérgico a toda elaboración teórica y obsesionado con la fiabilidad
estadística de las definiciones propuestas, Berrios y su equipo hacen
prevalecer la validez de las explicaciones proporcionadas por un discurso semiológico
fundado en la experiencia clínica.
Las principales
debilidades de esta historia conceptual de los síntomas, tienen que ver con su
aferramiento a un modelo exclusivamente biomédico. En sus críticas a la
historia externalista de la psiquiatría, Berrios y sus discípulos corren el
riesgo de dejar a un lado los elementos contextuales, reduciendo el síntoma a
la expresión de meras señales neurobiológicas. Al mismo tiempo, su
reactualización de las descripciones psicopatológicas del pasado puede derivar
en un presentismo que olvida la dimensión histórica y mudable de las
enfermedades mentales.
En este punto y
recuperando las aportaciones de la psicopatología fenomenológica y de los
enfoques psicodinámicos –poco estimados por Berrios y su grupo, Huertas propone
un modelo integrador que supere la dicotomía entre internalismo y externalismo
y atienda a la dimensión de la subjetividad en la práctica clínica.
Precisamente el capitulo
sexto se refiere a este asunto. ¿Cómo afrontar una historiografía psiquiátrica
que, sin renunciar a sus funciones epistemológicas, acoja la experiencia del
paciente y dé cuenta de la condición praxeológica (teoría de una práctica) de
la psicopatología? En este caso, el interlocutor de turno es Roy Porter, autor
de un programa pionero para escribir la historia de la psiquiatría “desde
abajo”. Esto implica dar un lugar preferente a la documentación de los archivos
clínicos, hasta ahora no suficientemente atendida. En estas fuentes (los
historiales clínicos) se advierte por un lado la diferencia entre las
formulaciones abstractas que aparecen en los tratados médicos y las
peculiaridades contingentes de la práctica clínica cotidiana. Por otro lado, en
estos depósitos se encuentra también buena parte del corpus (cartas, diarios, peticiones, etc.) que permite escuchar la
voz de los pacientes y el recuento de su experiencia en primera persona. Esta
es una de las vías más prometedoras para la futura historiografía psiquiátrica
y responde a la vocación del psiquiatra en pro del diálogo con el enfermo y d
ela apertura a su individualidad concreta.
El libro concluye con un
capítulo dedicado a justificar, en la línea de lo indicado al comienzo de este
comentario, el valor de la historiografía psiquiátrica como herramienta de reflexión
epistemológica y como ayuda para el mejoramiento teórico de la propia
psiquiatría. Siguiendo aquí una estela abierta por Lanteri-Laura, discípulo de
Canguilhem, se pondera la necesaria cooperación (“interacción dinámica”) entre
psiquiatras e historiadores, evitando al mismo tiempo los peligros del
anacronismo y la falacia de una “historia anticuaria” que pretende desvincular
la actualidad psiquiátrica respecto a la herencia histórica que la conforma. En
esta epistemología histórica que pretende vertebrar las diferentes dimensiones
(experiencia histórica y política, experiencia del sujeto enfermo, experiencia
clínica recogida en el lenguaje de los síntomas) de la práctica psiquiátrica,
Huertas encuentra el mejor antídoto contra las nuevas formas de reduccionismo
que asedian hoy al pensamiento psicopatológico. No habla de oídas; el engarce
entre las diversas tradiciones invocadas no consiste en un comentario o
amalgama de textos escritos por otros. En la mayoría de los casos y como
historiador practicante de largo aliento y experiencia, Rafael Huertas ha
puesto a prueba los distintos enfoques mencionados en su libro. Por su eso su
lección vale por dos.
[1] Passeron, J.C. (2006), Le raissonnement
sociologique. Un espace
non poppérien de l’argumentation, Paris, Albin Michel, p. 552
[2] Sobre la imposibilidad del “cierre semántico”
en ciencias sociales, eludiendo el contexto gracias al lenguaje formalizado de
las variables o, en este caso, al lenguaje transhistórico de la neurobiología,
véase Passeron (2006), p. 621
[3] Sobre la epistemología
como reflexión que apunta a poner al día los esquemas de la práctica
científica, tanto en sus errores como en sus éxitos, véase Bourdieu, P. y Wacquant, L., Réponses.
Pour une anthropologie réflexive, Paris, Ed. Du Seuil, p. 196
Almuerzo de la Hermandad Filosófica de Cádiz
El pasado martes 18 de diciembre tuvo lugar la ya tradicional comida de Navidad que reúne a la hermandad filosófica de Cádiz. Esta congregación está compuesta por los que son o han sido profesores de filosofía de la UCA. En la fotografía, realizada por el compañero Cándido Martín, puede verse de pie, de izquierda a derecha a Carlos Mougán, Ramón Vargas-Machuca, Cinta Canterla, Paco Vázquez, Antonio Frías y José Luis Moreno. Sentados de izquierda a derecha, está Juan López y José Luis Rodríguez Sández. Se trata de los miembros de esta hermandad que asistieron al último´cónclave gastronómico
Friday, December 21, 2012
Recensión de Nerea Aresti del libro "Los hermafroditas"
En el último número publicado de la Arenal. Revista de Historia de las Mujeres, 19 (2012) 1, pp. 258-261, ha salido una recensión del libro de Richard Cleminson y Francisco Vázquez, Los hermafroditas. Medicina e identidad sexual en España (1850-1960). Su autora es Nerea Aresti, profesora de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco y una de las máximas especialistas españolas en los Estudios de Género. Reproducimos debajo su texto.
VÁZQUEZ GARCÍA, Francisco y CLEMINSON, Richard: Los hermafroditas.
Medicina e identidad sexual en España (1850-1960). Granada,
Comares Historia, 2012.
La publicación de un nuevo libro por el filósofo Francisco Vázquez García
y el hispanista y especialista en estudios culturales Richard Cleminson es
siempre una buena noticia para la historia de las mujeres y de género. Tras
su brillante trabajo Los invisibles, en el que nos acercaban a una historia
de la homosexualidad masculina en la España contemporánea, el presente
volumen nos sitúa ante un objeto de estudio cuya elección lleva ya implícito
un ejercicio de crítica. Publicada originalmente en inglés en 2009, la obra
Los hermafroditas. Medicina e identidad sexual en España (1850-1969) es
un apasionante recorrido histórico por la “ciencia del hermafroditismo”, es
decir, por los modos en los que esta categoría ha sido construida en diferentes
contextos y por diversos sujetos, con especial atención a los discursos médicos.
Y todo ello dando protagonismo a la experiencia de vida de los seres
humanos cuyos cuerpos materializaban el problema a resolver. El objetivo
es así la historización de la diferencia sexual a partir de sus márgenes más
inestables, desde los cuerpos que desafían el binarismo hombre/mujer y la
idea de que el sólo se puede tener uno de los dos sexos posibles. El libro
de Cleminson y Vázquez García contribuye así a cuestionar un orden que
se pretende inalterable y que ellos muestran cambiante, examinando “cómo
el sexo, el género y el cuerpo han sido construidos a la vez discursiva y
socialmente” en el curso de los últimos siglos. Los hermafroditas es, por
lo tanto, en su planteamiento y desarrollo, un texto crítico.
El libro es además el resultado de una impecable investigación histórica
apoyada en categorías y referentes epistemológicos de procedencia pluridisciplinar
y con clara vocación comparativa. Si bien el ámbito cronológico
del estudio abarca fundamentalmente la segunda mitad del siglo XIX y la
primera del XX, los autores nos ofrecen dos capítulos iniciales que considero
de gran valor. El primero de ellos dibuja las principales líneas de análisis
histórico del hermafroditismo y los debates teóricos e historiográficos en
torno al tema. Se nos introduce así en los relatos clásicos de definición
e indefinición sexuales: el hipocrático —el modelo de “sexo único”—, y
el aristotélico —con énfasis en la naturaleza dicotómica de los sexos—.
Ambos modelos, en ocasiones rivales, en ocasiones complementarios, han
condicionado en el tiempo las formas de entender el hermafroditismo. En
este capítulo introductorio, las propuestas de Michel Foucault y Thomas
Laqueur, determinantes en la ruptura con los enfoques naturalistas del dimorfismo
sexual, son también evaluadas de forma sucinta y clarificadora,
para dar paso a continuación a un repaso por los principales debates en
torno al sexo, género y el cuerpo en los estudios feministas (un apartado
cuya brevedad obliga a cierta simplificación). Este primer capítulo, que
cierra con un estado de la cuestión en el caso español, expone y sitúa el
marco teórico y las coordenadas históricas que orientan la lectura del resto.
Desde una perspectiva contemporánea, el segundo capítulo resulta especialmente
atractivo porque nos acerca a percepciones de la diferencia sexual
muy alejadas a las dominantes hoy en día. Huyendo conscientemente de
imágenes embellecidas del pasado premoderno, Vázquez García y Cleminson
exploran lo que denominan el “sexo estamental”, en el que la pertenencia a
un sexo era equivalente a la pertenencia a un rango, a un orden que llevaba
aparejado una serie de privilegios y prerrogativas. Desde esta visión, los
cuerpos constituían entes relativamente fluidos y maleables, aunque sometidos
a reglas y restricciones, más destinadas a gobernar los derechos asociados
a al sexo que a determinar la “verdadera identidad” de los individuos. En
una sugestiva exposición, a lo largo del capítulo se explora la triple experiencia
de la ambigüedad sexual en el “Antiguo Régimen Sexual”: como
cuerpos invocadores de maravillas y muestra del inescrutable designio divino
(mirabilia), como presagio del mal (magicus), y como signo de redención
(miraculus). A partir de la Ilustración, estas visiones evolucionarían, en un
juego de superposiciones y cambios irregulares, hacia lo que se define como
“sexo biológico”, en un proceso que se consolidó a lo largo del siglo XIX.
El núcleo del estudio está consagrado a explorar este complejo proceso de
desencantamiento, en el que los discursos científicos y la práctica médica
colaboraron a construir nuevas verdades sobre la diferencia sexual.
El estudio, cuidadosamente escrito y conceptualmente muy preciso,
mantiene un tenso equilibrio entre el peso de las narrativas paradigmáticas
y la compleja variedad de los procesos históricos, evitando caer tanto en el
esquematismo como en un positivismo infructuoso desde un punto de vista
analítico. La importancia de los diagnósticos individuales de casos clínicos
en el periodo que comienza en 1870 permite que estos textos se constituyan
en una fuente documental privilegiada a lo largo del estudio, sirviendo
además para evaluar la recepción de las teorías médicas provenientes del
extranjero, con las que los científicos españoles dialogaron activamente. En
el empeño por definir la verdad de los sexos y partiendo de un diagnóstico
de los genitales de sus pacientes, los médicos de las últimas décadas del
XIX cuestionaron la propia existencia del hermafrodita “real”, sustituyéndolo
por categorías como la de “pseudohermafroditismo” o “hipospadias. Los
autores plantean sin embargo que el modelo gonadal no llegó a predominar
del todo en España, o al menos del modo y en el momento en que lo hizo
en otros países.
Frente a esta tendencia, los años veinte del siglo XX fueron testigos de
una revitalización de la categoría de hermafroditismo. En aquellos años, tal
y como se recoge en el capítulo cuarto, las teorías de Gregorio Marañón
sobre la intersexualidad humana, aunque no libres de contestación, estaban
teniendo un enorme impacto dentro y fuera de la comunidad científica. En
un contexto de desafío a las fronteras de género por figuras tan desestabilizadoras
como la de la mujer moderna, las teorías de Marañón ofrecían
la certeza del esencialismo, el determinismo biológico y una versión “optimista”
de la marcha de la evolución humana en un sentido de creciente
diferenciación sexual, hasta el punto de hacer coincidir la máxima distancia
entre los sexos con la cumbre de la civilización. En la teoría marañoniana,
el hermafroditismo era retratado como una forma extrema de intersexualidad
y, a pesar de las inestabilidades creadas por este último concepto, la
dinámica de las secreciones internas pretendía ofrecer una base material y
certera para la definición de los sexos. De hecho, la capacidad explicativa
de los genitales como indicador del sexo se había venido desplazando desde
comienzos de siglo hacia las hormonas, misteriosas transmisoras de la esencia
de la feminidad y de la masculinidad. Pero esta capacidad dependía en
buena medida de la distinción estricta entre hormonas femeninas y hormonas
masculinas, y su capacidad para “proteger la determinación cromosómica”.
El quinto capítulo, que lleva por título “Del sexo verdadero al sexo
simulacro”, rastrea la evolución de las verdades construidas en torno a la
diferencia sexual y al hermafroditismo entre los años treinta y setenta del
pasado siglo. Por un lado, se recoge el testigo dejado por Marañón, destacando
el cuestionamiento de su teoría hormonal, que defendía la separación
de la producción hormonal por sexos, al demostrarse que las gónadas de
los organismos femeninos y masculinos no respetaban aquella distinción
establecida por él. Ya en el contexto de la dictadura franquista, esta crisis
vino acompañada —probablemente no en una relación causal— por una
vuelta al criterio gonadal durante los tempranos cuarenta. La reafirmación
del dualismo sexual estable dictado por las gónadas se conjugó con la reticencia
a aceptar toda forma de hermafroditismo en los seres humanos y con
la importancia concedida a la facultad reproductora de los órganos sexuales
como elemento determinante de la identidad sexual. Estas concepciones
encajaban armónicamente con la rigidez de la doctrina católica a la hora
de reconocer únicamente dos sexos, hombre y mujer, y con las posiciones
pronatalistas del nuevo régimen. De nuevo, ahora para el periodo franquista,
los cambios en el contexto se combinan en el estudio de Vázquez García y
Cleminson con las evoluciones discursivas y con el estudio de casos clínicos
tan impactantes como el de Teresa Pla Messeguer, el “maquis hermafrodita”.
Nacido en 1917 y tras una tortuosa vida de episodios violentos, ocultamiento
y huida, fue apresado en 1960 y no abandonó definitivamente la cárcel hasta
1977, obteniendo entonces el cambio de identidad como varón. Historias
como ésta muestran la estrecha relación entre los cambios político-sociales y
la evolución de las verdades construidas en el ámbito científico. Y muestran
también la importancia de unos y otros cambios en la experiencia de los
seres humanos, particularmente de aquellos cuyos cuerpos amenazan con
desmentir la verdad de los sexos.
Uno de los apartados más interesantes del libro es el que se refiere a
la década de los cincuenta en adelante. En estos años, señalan los autores,
se produjo un alejamiento del determinismo biológico de la década anterior,
abriéndose paso a una disociación de largo alcance: por un lado, el
considerado verdadero sexo biológico; por otro, la dimensión psico-social
de la identidad sexual, desde un mayor protagonismo de los elementos
educacionales y ambientales. Esta distinción abría la puerta —teórica— a
la noción de “transexualidad” como trastorno de identidad. De hecho, desde
el paternalismo médico, no fueron escasos los casos en los que la evitación
del escándalo y el decoro moral hicieron sacrificar “el verdadero sexo” del
paciente a la convicción íntima y social sobre su identidad sexual. Este tipo
de aproximación convivió con las investigaciones sobre la determinación
biológica del sexo sobre base cromosómica. Así, en este caso, como en
todos, los autores del libro demuestran con solvencia que no es posible
hablar de un único paradigma que estructure el conjunto de ideas y prácticas
en un determinado momento histórico. Esa coexistencia de categorías
y referencias hace que en ocasiones resulte complicado tener presentes el
conjunto de transformaciones en marcha en cada contexto. Pero a la vez, y
veo en ello una virtud reseñable del trabajo, los autores aciertan a ofrecer
las líneas interpretativas necesarias para comprender mejor esta dimensión
de nuestro pasado y conformar nuestro propio relato a partir de ellas.
Un sugerente capítulo de conclusiones pone fin a este volumen audaz
en su planteamiento, rico en referencias y sólido en su base documental;
un trabajo refinado conceptualmente, convincente desde el punto de vista
interpretativo y comprometido con su tiempo. Como señalaba al comienzo,
existen razones para celebrar un estudio que mira de frente y con espíritu
crítico cuestiones tan centrales para la historia de las mujeres como la
construcción de los cuerpos sexuados en tiempos pasados.
Nerea Aresti
Universidad del País Vasco
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