El pasado domingo 18 de noviembre a las 17 horas en la Posada "Babilonia" tuvo lugar una nueva sesión de "Catas con Arte", titulada "Lujuria y Chocolate". Insertamos debajo la noticia correspondiente y, a continuación, el texto de la charla de Francisco Vázquez
Sabíamos que te gustaba el chocolate, incluso tomarlo con un buen vino,
un espumoso, en una tarde otoñal...pero a esa mezcla de sabores le falta
placer desenfrenado, música sensual y alguien que nos vaya deleitando
con un poco de lujuria.
I want your sex. Os vamos a recibir con esta canción
ochentera de George Michael que fue prohibida por muchas radioemisoras
en horario diurno tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, debido a
su letra provocativa...
Te presentamos la cata con arte
lujuria y chocolate en la
Posada de Babylonia, la disco de moda en Cádiz.
Vamos a maridar los chocolates de
Tres Martínez (una empresa familiar de repostería artesana de Barbate con una
tradición que comienza en 1886) y
Pepi Martínez, maestra pastelera, nos explicará sus deliciosas creaciones, con un Pedro Ximénez de las Bodegas
Romate de Jerez y un Brut espumoso. Lo fusionaremos con la música en directo de un violinista gaditano,
Emilio Martín que nos evocará temas musicales eróticos y la intervención académica de
Francisco Vázquez,
Catedrático de Filosofía de la UCA y especialista en Historia de la
sexualidad, la desviación y el erotismo, que nos demostrará
científicamente la relación entre lujuria y chocolate y desvelerá
momentos de la sexualidad: Los pecados de la lujuria de Santo Tomás, la
sodomía, la cultura erótica y los vicios solitarios.
La Cata comprende:
- Chocolate de té verde
- Cremoso de chocolate con 70% cacao
- Chocolate con 72% cacao de fruta de la pasión
- Bombones con guindillas al 78% cacao
- Orgasmo de chocolate, una creación exclusiva de Tres Martínez (bola de chocolate con
una trufa de chocolate rojo y frambuesa en su interior, apoyada en un bizcocho
plumcake de remolacha)
- Pedro Ximénez "La Duquesa" de Romate y un Espumoso Brut
- Música en directo
- Intervención académica
- Pasión desenfrenada
Historia del gusto e historia del erotismo
El chocolate no
tiene efectos afrodisíacos probados. Contiene, no obstante, una combinación de
sustancias como la cafeína, la teobromina y la feniletilamina que, mezcladas,
producen efectos euforizantes similares a los producidos en el orgasmo.
No obstante,
existe el mito de los efectos eróticos del chocolate. A esto ha contribuido la
leyenda de su origen. Inventado por los mayas y difundido posteriormente entre
los aztecas, se cuenta que el cacique Moctezuma consumía un batido espumoso de
chocolate antes de visitar a sus distintas esposas.
Sin duda existe
una marcada analogía entre el placer de disolver un bombón entre la lengua y el
paladar –como recomiendan los confiteros belgas- y el goce sexual, pero no
existe nexo causal entre ambas experiencias.
Esta analogía
revela la fuerte proximidad entre la historia del gusto y la del erotismo. En
las civilizaciones griega y romana, el gusto gastronómico y el erotismo no
estaban diferenciados. Formaban parte del mismo conjunto de conductas; lo que
los griegos designaban como los aphrodisia.
El problema moral en la ética de la virilidad que regía en estas civilizaciones
era si el adulto sería capaz de administrar activamente sus placeres o si se
encontraría dominado por ellos. En el primer caso era viril, en el segundo,
afeminado, porque se rebajaba a la condición pasiva. Así, un hombre que se
dejaba arrastrar por su pasión por las mujeres, el vino o la comida, se
consideraba públicamente como afeminado.
Así, la Dietética
y la Erótica formaban parte del mismo cuerpo de saberes: los referidos al buen
uso de los placeres. De ahí sus entrecruzamientos y la importancia de ciertos
remedios y sustancias que, consumidas, permitían mantener un coito prolongado o
excitar el deseo erótico.
Esta preocupación
por tales remedios y tonificantes eróticos tenía que ver con dos convicciones
íntimamente relacionadas entre sí y establecidas por la Medicina griega, hechos
que se mantendrían vigentes casi hasta el siglo XVIII.
En primer lugar,
se consideraba que el semen masculino era una forma purificada de la sangre. Su
pérdida equivalía a 40 veces la pérdida de sangre, por lo que debilitaba mucho
al organismo. Por eso eran tan importantes los remedios que mantenían la
erección sin llegar a la eyaculación.
En segundo lugar,
para que la mujer quedara fecundada, se entendía que su semen debía mezclarse
con el del hombre. Es decir, la mujer debía llegar al orgasmo y emitir así su
semilla.
Se estimaba
entonces que los alimentos suculentos y que producían ventosidades (habas,
castañas, asados) eran favorables para estimular y mantener las erecciones (el
aire aumentaba la inyección sanguínea y la erección).
La edad de oro de
los afrodisíacos se sitúa entre el Renacimiento y la cultura del Barroco. La
alquimia y la farmacopea preparaban bálsamos, pociones y filtros de Nevus cuyos
componentes se apoyaban en el principio de analogía: sesos de gorrión (se creía
que este animal copulaba hasta 83 veces por hora), el diasatyrion (una variante
de orquídea cuya raíz bulbosa era semejante a los genitales masculinos). Por
otro lado se creía que los alimentos con poco aire minimizaban las erecciones.
Por ejemplo, los frutos secos. Por eso en la dieta de los Padres del Desierto o
en los regímenes monásticos eran muy recomendados, ya que evitaban las
poluciones nocturnas y preservaban la castidad.
Santo
Tomás y las siete especies de la lujuria
Junto a una
cultura que en la edad moderna multiplicaba los bálsamos venéreos, las pociones
afrodisíacas, los filtros amorosos y los ungüentos eróticos, coexistía otra, ligada
a instituciones como la teología y el derecho, que catalogaba y perseguía los
pecados contra la lujuria.
Aquí la obra de
referencia era la Suma Teológica de
Tomás de Aquino, publicada en el siglo XIII. En la Secunda Secundae, quaestio
154, el Aquinate se refiere a las especies de la lujuria. Distingue siete tipos
en orden de gravedad creciente: fornicación simple, adulterio, incesto,
estupro, rapto, sacrilegio y vicio contra naturaleza. En los seis primeros se
atenta contra la unión matrimonial entre los seres humanos, pero en el séptimo
se atenta directamente contra Dios. Se trata de una rebelión contra el mandato
divino (“creced y multiplicaos”), al impedir la posibilidad de la generación,
que el el modo humano de proseguir la tarea creadora del Génesis.
Dentro del vicio
contra naturaleza se reconocen tres variantes: la molicie o polución voluntaria
(semejante a la masturbación), la bestialidad y la sodomía. Repárese en que la
polución voluntaria, dentro de este cuadro canónico, era un pecado más grave
que el incesto, el adulterio y la violación.
Sodomía
Dentro de los
pecados contrarios a la naturaleza, el más comentado y perseguido era el de
sodomía. Esta podía ser de dos tipos:
a)
Perfecta, cuando se producía la penetración de hombre a hombre, de mujer
a mujer (mediante alguna clase de consolador) o de hombre a mujer por vaso
indebido.
b)
Imperfecta, cuando un hombre tenía relación con otro sin llegar a
penetrarlo, o cuando una mujer tenía relación con otra sin que mediara
penetración.
En España, el delito
de sodomía entre los siglos XV y XVIII, estaba penado con la muerte del reo. En
Castilla la jurisdicción le correspondía a los tribunales reales, pero en los
reinos de Aragón, el asunto era competencia de los tribunales inquisitoriales.
La pena de muerte sólo se aplicaba en los casos de sodomía perfecta. La
imperfecta entre hombres podía ser castigada con pena de azotes, confiscación
de los bienes y la cárcel.
La sodomía
imperfecta entre mujeres, ni siquiera era castigada, porque los besos y
caricias eróticas entre hembras se consideraban algo grotesco y absurdo, más
motivo de risa que de indignación.
Por otro lado,
aunque se dieron, los casos de condena por sodomía perfecta entre mujeres
fueron sumamente excepcionales. Generalmente se consideraba que la penetración
entre mujeres sólo podía tener lugar o mediante dildos o valdreses
(consoladores hechos habitualmente de pellejos de animal) o porque se
consideraba que una de las mujeres era semihermafrodita, provista de un
clítoris desmesurado (virago), del
tamaño de un pene.
Cultura Erótica
Pese a la
persecución de los pecados de lujuria por parte de las autoridades religiosas y
civiles, se desarrolló una poderosa cultura erótica que se convirtió en
industria de masas en el siglo XIX. Esto es válido incluso para países de
tradición estrictamente católica y en los que la Iglesia conservó un inmenso
poder, como es el caso de España.
Así, entre 1900 y
el final de la Guerra Civil, despegó en nuestro país una boyante industria del
erotismo que se difundió a través de múltiples registros.
En primer lugar
la producción de postales, desde las simplemente picantes hasta las
abiertamente pornográficas, fabricadas principalmente en Francia, aunque
también hubo empresarios españoles de este ramo. Estas postales a menudo se
guardaban disimuladas por sus coleccionistas, en álbumes que contenían estampas
religiosas o fotografías de la familia real.
En segundo lugar,
una gran variedad de literatura erótica, desde los panfletos más brutalmente
obscenos, editados clandestinamente (con nombre ficticio y alusivo de autor y
de la editorial, por ejemplo “Barón del Perote”, editorial Falo) y vendidos en
burdeles, hasta novelas cortas de cierta calidad literaria, como las publicadas
por Felipe Trigo, Álvaro de Retana o Joaquín Belda, pasando por esos folletines
“ardorosos”, “para leer con una sola mano”, que se distribuían bajo cuerda por
parte de algunos comerciales.
En tercer lugar,
el mundo del espectáculo: vodeviles, cuplés y revistas satíricas con escenas
que iban desde lo galante y pícaro hasta lo chabacano. Fue famosa, por ejemplo,
la canción de La Pulga, un número erótico importando de Francia, que podía
verse en Madrid a finales del siglo XIX en el Teatro Barbieri, interpretado por
la Bella Chelito.
A este muestrario
hay que añadir la introducción del cinematógrafo. Las primeras tres
producciones españolas del género pornográfico datan de comienzos de la década
de los veinte. Se titulan “El Ministro”, “Consultorio de Señoras” y “El
Confesor”, y en ellas se mezcla el erotismo descarnado con la sátira política y
anticlerical.
Todo este
despliegue de cultura erótica fue bautizado por el escritor madrileño Álvaro
Retana, como “La Ola Verde”. Pero el término que mejor lo expresa y que era de
uso común en la España de los años 20 y 30, era el de “sicalipsis”, que procede
de los vocablos griegos sykon (vulva)
y aleptikós (excitación). La
sicalipsis abarcaba todo este complejo de productos y consumos eróticos.
La Masturbación: del infierno a la terapia
Antes, al
referirme al “vicio contra naturaleza”, mencioné una de sus variantes: la
“molicie” o “polución voluntaria”, que hoy (bajo una conceptualización
diferente) está de actualidad a raíz de cierto vídeo de una concejala española
difundido por Internet. Pese a su gravedad en el catálogo establecido por Tomás
de Aquino, no era un pecado que obsesionara excesivamente a las autoridades
civiles y religiosas de la edad moderna, salvo a las personas encargadas de
supervisar a los que vivían bajo disciplina eclesiástica en conventos e
internados.
El “gran pánico”
suscitado por la masturbación fue más bien de origen sanitario y tuvo su punto
de partida en el difundidísimo texto (63 ediciones entre 1760 y 1905) de un
facultativo suizo: Samuel Auguste Tissot, L’Onanisme,
1758 ed. latina, 1760, ed. francesa).
Este doctor
presentaba un amplio repertorio de casos clínicos mostrando los efectos
devastadores de la masturbación, no sólo para la salud individual (consunción
de la espina dorsal, “locura masturbatoria”, tísis, ceguera, etc..) sino para
la colectiva, ya que aquejaba a los afectados, de impotencia y esterilidad.
El gran miedo de
origen médico, extendido entre los siglos XVIII y XIX, se refería
principalmente al onanismo masculino, considerándose que el derroche inútil de
esperma producía el deterioro masivo de la energía vital. El onanismo femenino
también fue objeto de preocupación, pero se entendía como causa o síntoma de
una enfermedad mental (el furor uterino o ninfomanía) y no tanto como una patología “total”, con
derecho propio.
Las campañas para
desarraigar el “funesto hábito” apuntaban tanto
a las familias (“vicio solitario”) como a los internados (“vicio
escolar”). Los higienistas daban consejos a los padres acerca de la vigilancia
de criados y nodrizas y proponían técnicas para detectar la presencia del vicio
(examen de la tonalidad y textura de las manchas de la ropa interior,
inspección ocular del rostro y la conducta del muchacho, irrupción “in
fraganti” en el dormitorio) así como todo un arsenal terapéutico (desde el
bromuro de alcanfor, la ligadura del pene, la cauterización de la uretra, el
“dispertador electro-médico”, el psicróforo o sonda conectada a la uretra,
anillos espinados, arneses acorazados, ropa de cama especial).
Hoy nos sonreímos
ante esta pretérita parafernalia antimasturbatoria, pero en realidad podríamos
hacerlo de nosotros mismos. Nuestros sexólogos afortunadamente ya no etiquetan
de patológico al onanismo, pero, de un modo no exento de ridiculez, consideran
la ausencia de esta práctica como indicio de un potencial trastorno.
Sugieren por ello
que los padres y educadores deberían preocuparse si el adolescente o la
adolescente no se masturban, pues ello apuntaría a un déficit a la hora de
conocer y comunicarse con su propio cuerpo, con posibles secuelas futuras de
frigidez o impotencia.
Pero no hay que
extrañarse; la cultura propia del primer capitalismo industrial, que ponderaba
el ahorro, la autodisciplina y la restricción del dispendio suntuario, veía en
el onanismo un gasto superfluo, improductivo. En nuestro tardocapitalismo,
sustentado en el consumo y en la continua producción de nuevas necesidades (del
móvil al Ipad), el que no se masturba es sólo un mal cliente potencial.
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